El premio Nobel
El rey de Suecia ha tenido que intervenir para modificar los estatutos de la Academia que concede los premios Nobel, hoy en crisis por la baja de algunos de sus miembros (por la denuncia de abusos y violaciones de las reglas de confidencialidad). Hasta ahora no se permitía la sustitución de los académicos –vitalicios– ni en caso de dimisión o ausencia voluntaria, lo que ahora amenazaba, por falta de quórum, incluso el normal funcionamiento de la institución.
Si donde está el cuerpo está el peligro, donde está el poder está también el peligro de corrupción. La Academia Sueca, que ha sido un gran centro de promoción de prestigio universal, no ha podido escapar de ello. Ser jurado de un premio cualquiera nunca ha sido fácil, si se quiere ser fiel a una ética de la ecuanimidad. Tampoco lo habrá sido cumplir el encargo de Alfred Nobel teniendo que superar honestamente todo tipo de presiones.
Cuando Alfred Nobel, después de haberse enriquecido con la dinamita, quiso expiar su sentimiento de culpa con la generosísima fundación de sus premios quiso dejar bien claro que el de Literatura debía ser concedido anualmente a “la persona que haya producido en el campo de la Literatura la obra más sobresaliente en orientación [rumbo o dirección] ideal” (que eso es lo que escribió – “i idealisk riktning”– en su testamento).
¿Qué quería decir con esto? Sencillamente: que la obra debía ser edificante, enaltecedora y no degradante de la condición humana. Cuando Nobel escribe sus voluntades, en 1895, anda por Niza y San Remo, hiverna en la Costa Azul... Pensemos que esto sucedía en los últimos años del siglo
Si donde está el cuerpo está el peligro, donde está el poder está también el peligro de corrupción
XIX, cuando el naturalismo aún se complacía en retratar los aspectos físicamente y psicológicamente más sucios de una sociedad que había dejado de querer representarse sólo en su cara más amable.
Ni Zola ni Ibsen ni Strindberg obtuvieron por ello el Nobel. El naturalismo de Zola (que en catalán tuvo un discípulo light en Narcís Oller y en castellano en Pardo Bazán) partía de la idea de que la genética (grandes trabajos de Mendel, en la estela evolucionista de Darwin) y el medio social influían de manera determinante en las conductas de la gente. El criminal, por ejemplo, lo era porque no habría podido escapar de su destino: las circunstancias lo habían condicionado. Y es que el naturalismo es determinista: quita la culpa de las acciones humanas, las desresponsabiliza del mal que pueden haber causado.
El componente moral del premio Nobel de Literatura ha sido muy debatido. Sture Allén, secretario de la Academia Sueca entre 1986 y 1999, recordaba que los premios Nobel tenían que ir dirigidos a aquellos que “habrán conferido el mayor beneficio a la humanidad.” Lo que significa –añadía– “que aquellos escritos, por más brillantes que sean, que defiendan, por ejemplo, el genocidio, no cumplirán con la voluntad” del fundador. No siempre ha sido así, pero el fundador pretendía que todo premio Nobel fuera ejemplar.