Sant Jordi: un gobierno!
De las entrevistas de este fin de semana, podría deducirse que todo el mundo está de acuerdo en evitar nuevas elecciones y constituir un nuevo gobierno que permita dejar sin efecto la aplicación del artículo 155 e iniciar una etapa de cierta normalización de la vida política catalana. La coincidencia se da en fuerzas soberanistas y otras que no lo son, y todas saben bastante bien con qué condiciones y con qué límites se podrá conseguir una investidura que permita desencallar la situación actual. Si esto es así, ¿por qué no se hace?
No se trata de menospreciar el hecho de que las actuaciones judiciales señalen un escenario complicado para la toma de decisiones, ni de negar que algunos protagonistas parecen tener pánico a aceptar con realismo las exigencias de la necesaria recuperación institucional. Pero cualquier esperanza de encontrar un camino de salida, ni que sea a medio o largo plazo, pasa ahora y hoy por un gobierno posible que se constituya en el representante legítimo de la Generalitat. Para gobernar, para acordar, para negociar, para ser escuchado y para comprometerse; sin interlocutor no hay posibilidades ni de hablar.
Existe un peligro de encastillarnos en la situación actual. Unos y otros. Posiblemente esta forma de hacer y de vivir el problema sea más cómoda que la de asumir el riesgo de intentar desentrañarlo. Pero es una actitud que no lleva a ningún sitio; como a menudo pasa, la comodidad no es garantía de eficacia. La denuncia, incluso la justificada, debe ir acompañada de propuestas proactivas. El grito desahoga; pero no resuelve nada. Y esto se hace más evidente cuando existe aquella coincidencia generalizada sobre lo que ahora conviene. Lo que conviene a Catalunya, lo que conviene al progreso y al bienestar; lo que conviene a la convivencia. La libertad sólo se puede garantizar desde la voluntad de construir.
Y son muchas las cosas que hay que hacer. Hay que hablar de financiación; ¿quién lo está haciendo? Hay que hablar de cultura; ¿quién lo puede plantear? Hay que hablar de economía, de crecimiento, de ocupación, de pensiones; ¿cómo y quién lo puede hacer que no sea el Gobierno de la Generalitat? Se dice que, a pesar del 155, Catalunya funciona. La economía, se afirma, no necesita de la política para ir bien. Y eso es falso. Quizás aparentemente lo pueda parecer durante un breve espacio de tiempo; pero, finalmente, esta disociación acaba teniendo un coste que todos deberemos pagar. Quizás hoy se note poco; más adelante, cuando lo descubramos, nos asustarán las consecuencias que nos tocará ver y vivir.
Un país necesita un gobierno; y un gobierno cerca del territorio. Instalado en el territorio. Que su preocupación sea hacer cosas, no evitar que se hagan. Hay ambiciones que encontrarán o pueden encontrar dificultades para traducirse en acciones de gobierno. Pero muchas otras se podrán hacer. Cosas ligadas al quehacer diario de los ciudadanos, a su salud, a su formación, a la vigilancia de sus intereses, a la satisfacción de sus más inmediatas necesidades.
No conviene alargar este trance. No beneficia a nadie y, previsiblemente, algunos están pagando, más que otros, las consecuencias. Y nadie puede ser acusado de ceder, cuando la decisión tiene como destinatario el interés general y el trayecto seguido hasta llegar ha sido tan complicado. Quizás alguno no lo entenderá de esta manera, pero la historia demuestra que la memoria de los estadistas no se borra y queda reforzada cuando se les recuerda haciendo del realismo una virtud.
Sant Jordi, una rosa, un libro. Y, este año, el premio especial de un gobierno eficaz, posible, integrador.
No conviene alargar este trance; no beneficia
a nadie y, previsiblemente, algunos están pagando, más que otros, las consecuencias