Máster en cremas

DICEN que el amigo es aquel que antes de clavarte el puñal se asegura de desinfectarlo. Así que no hay que esperar que tus camaradas no te apuñalen, sino que, cuando lo hagan, al menos la herida sea limpia. Dante dejó bien claro en la Divina Comedia que la traición era el mayor de los pecados que el hombre podía cometer, hasta el punto que en el Infierno satán devoraba personalmente a los traidores, desde Judas hasta Bruto. Pero fue William Shakespeare quien hizo de la traición un género literario (Hamlet, Otelo, Macbeth) para resaltar que nada hay tan terriblemente humano.

Cristina Cifuentes estaba en la cuerda floja después de que renunciara a un máster que nunca tuvo, abandonada por su partido y amenazada por sus adversarios. La moción de censura no tendrá lugar, porque un vídeo colgado en una centrifugadora de aguas fecales la hizo naufragar definitivamente. Dos cremas antiedad –de poco más de veinte euros cada una– que se puso en el bolso sin pasar por la caja de Eroski, de eso hace unos años, consiguieron lo que no lograron ni los periodistas de investigación, ni la cúpula del PP. Al final, uno de esos personajes del lado oscuro de la fuerza filtró unas imágenes que pudieron más que mil argumentos. Falta de excusas y vacía de argumentos, tuvo que dimitir entre reproches. Venganza o no, la Comunidad de Madrid ha sido una trampa para elefantes, para arruinar biografías políticas en el PP. Especialmente grave es el caso Lezo –que llevó a la cárcel a su predecesor, Ignacio González–, un caso de corrupción en torno al canal de Isabel II que todavía no ha sido juzgado en la Audiencia Nacional, pero que es una borrasca sobre Génova que no despeja.

Las cremas de Cifuentes fueron trending topic mundial. Pero el vídeo que arruinó definitivamente su carrera pone en evidencia que España necesita no sólo limpiar las cloacas, sino cambiar las cañerías.