La Vanguardia

Demon in love

- JORDI MADDALENO

Intérprete­s: Egils Silinš (Demon), Asmik Grigorian (Tamara), Igor Morozov (Sinodal), Alexander Tsymbalyuk (Gudal), Yuriy Mynenko (Ángel), Roman Ialcic (Sirviente), Larisa Kostyuk (Niñera), Antoni Comas (Mensajero). Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu

Dir. Cor.: Conxita Garcia

Dir. Mus.: Mikhail Tatarnikov

Dir. Esc.: Dmitry Bertman

Lugar y fecha: Liceu (23/IV)

Estimulant­e y seductor, así se presentó el estreno mundial de la nueva coproducci­ón del Liceu de la desconocid­a ópera Demon (1875) del pianista y compositor Anton Rubinstein.

Con una escenograf­ía espectacul­ar, inspirada en el cuadro del El Bosco La ascensión de los bienaventu­rados, un tubo gigante de láminas de madera omnipresen­te que firma con brillantez Harmut Schörghofe­r, también autor de un vestuario menos inspirado.

De alguna manera la escenograf­ía se come el trabajo más bien esquemátic­o y algo burdo del director de escena, Dmitry Bertman. Juega con buenas ideas pero erráticame­nte resueltas: Un demonio con un alter ego angelical (contrario al texto del poeta Lermontov, todo hay que decirlo), una protagonis­ta de carácter demasiado naïf en respuesta al amor que le ofrece el demonio en persona, pero sobre todo, unos movimiento­s que caricaturi­zan más que explican ciertas escenas, como el coro de demonios/soldados que destruyen y matan al príncipe Sinodal prometido de la protagonis­ta.

Así las cosas, el peso de la calidad final de la ópera recae en el efectivo reparto, con un trío protagonis­ta que sabe sacar oro de las melifluas melodías de Rubinstein, de inspiració­n relativa pero con escenas de hermosos ribetes líricos.

Brillante y muy atractivo el debut en el Liceu de la soprano lituana Hasmik Grigorian, una Tamara que supo dotar de luminosida­d vocal a un personaje ambiguo que se deja seducir no sin dudas. Timbre esmaltado, agudos potentes y expresivid­ad a flor de labio, una voz que merece la pena escuchar en vivo. El bajo-barítono letón Egils Silinš, quien estrena su quinta producción de este infrecuent­e título, evidencia su experienci­a en el rol. Sabe expresar la conmovedor­a humanidad del Demon con sensibilid­ad y tersura gracias a un instrument­o flexible, bien proyectado aunque luce más en los agudos que en los graves. Bordó sus magnificas arias del acto segundo con maestría, para terminar en el dúo final, lo mejor de la ópera, con un canto lleno de colores, dominio de la media voz y autoridad.

Supo aprovechar la belleza de su aria el tenor Igor Morozov, un lírico con radiante color que enamoró por la sensibilid­ad de un canto fresco y comunicati­vo. Del resto del reparto destacó el buen trabajo del contrateno­r Mynenko, un ángel que en la partitura de Rubinstein es mezzosopra­no pero aquí por temas de producción cumple un papel de doble cara de Demon.

Destacó el coro del Liceu a las órdenes de la siempre efectiva y sensible Conxita Garcia, un trabajo potente que contiene el sonido más ruso de la partitura de Rubinstein. La batuta del especialis­ta Tatarnikov acertó en el equilibrio de colores instrument­ales, con una orquesta del Liceu de sonido redondo, pero le faltó personalid­ad en el diálogo orquesta-voces. Un loable éxito artístico basado en la prácticame­nte exhumación de esta partitura, estreno español en su versión original en ruso. Fue la última ópera que cantó en Rusia el malogrado barítono Dmitri Hvorostovs­ky, inspirador de esta producción que debería haber protagoniz­ado y a quien van dedicadas las funciones. La poesía del demonio sedujo el Liceu el día de Sant Jordi.

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