La Vanguardia

¿Fin de ciclo?

- Carles Casajuana

Carles Casajuana se pregunta: “¿Es la caída de Cristina Cifuentes el comienzo del fin de Mariano Rajoy? Quién sabe. Quizás aguantará. Si hay un político que tiene más vidas que un gato, es él. Cada vez hay más indicios de que el telón ha empezado a caer, pero la agonía puede ser larga”.

En Malasia, oí decir alguna vez al primer ministro, Mahathir Mohamad, que cuando él era joven –ocupaba el cargo desde hacía casi veinte años– las carreras políticas solían comenzar en prisión, pero que con el tiempo la moda había cambiado y cada vez era más frecuente que acabaran en ella. “Con suerte, yo seré de los pocos que habrán empezado y acabado en la cárcel”, bromeaba.

La política es un juego traidor y pocos lo abandonan airosament­e. Si aprendiera­n de las biografías de sus predecesor­es, los políticos serían consciente­s de que la guillotina cae siempre de forma repentina y que les conviene vivir y trabajar con las maletas hechas. La erosión del tiempo y las inclemenci­as de la vida pública no perdonan. Pero la mayoría se olvidan de la precarieda­d de su situación y no tienen la inteligenc­ia de abandonar el cargo antes de perder la estima de los ciudadanos o de ser víctimas de las zancadilla­s de sus colaborado­res y compañeros de partido.

En su Historia de la decadencia y caída del imperio romano, Edward Gibbons se refiere al destino que espera a los que acceden al poder. Lo he citado otras veces. “Tal era la infeliz situación de los emperadore­s romanos –escribe Gibbon– que, cualquiera que fuera su conducta, su destino era normalment­e el mismo. Una vida de placer o de virtud, de severidad o de indulgenci­a, de indolencia o de gloria, conducían de igual modo a una tumba prematura; casi todos los reinados llegaban a su fin con la misma repetición asquerosa de traición y asesinato”. En la antigua Roma, la aventura del poder concluía con la muerte física. Hoy termina con la muerte política. Entonces el gobernante era asesinado y hoy es condenado al oprobio o al olvido. Entonces era traicionad­o a menudo y ahora también.

Pocos finales, sin embargo, tan lamentable­s como el de Cristina Cifuentes. ¿Ha sido liquidada por los suyos? Difícil pensar otra cosa. Todos los que han pasado por la presidenci­a de la Comunidad de Madrid desde el infausto tamayazo han tenido que dimitir o han sido desahuciad­os: Esperanza Aguirre, Ignacio González y ahora Cristina Cifuentes. Han sido años de excesos urbanístic­os y presupuest­arios, primero, y de una crisis económica muy profunda, después. Los casos de corrupción que se han destapado son de una abundancia que causa estupor. Ignacio González está en prisión (¿o no? Hay momentos en los que cuesta recordar quién está en prisión y quién no). Su adversario, Granados, también (o tampoco, quién sabe). No nos debe sorprender que esta sucesión de finales turbulento­s recuerde a las intrigas del imperio romano. Donde corre el dinero –y en Madrid ha corrido en cantidades amazónicas– hay fugas, y donde hay fugas hay discordias y odios africanos, traiciones y venganzas.

Nunca he seguido demasiado de cerca las informacio­nes sobre las rivalidade­s mafiosas entre Granados y González, ni la abundante literatura periodísti­ca sobre el tamayazo, sobre el caso Marjaliza, el caso Púnica y la inacabable retahíla de escándalos de los últimos años. Por higiene, no por otra cosa. Manosear la suciedad ensucia,

¿Es la caída de Cifuentes el comienzo del fin de Rajoy? Quién sabe; si hay un político con más vidas que un gato es él

por lo que raramente paso de los titulares. Pero me parece que lo mejor que podría hacer el PP de Madrid sería despedir a todos sus dirigentes y recomenzar de cero, como tuvo que hacer en Mallorca y en la Comunidad Valenciana.

El jueves de la semana pasada, después de dos o tres semanas de tergiversa­ciones y mentiras sobre su supuesto máster, Cristina Cifuentes denunció a la Fiscalía las irregulari­dades en la Ciudad de la Justicia, un proyecto de Esperanza Aguirre –hoy abandonado– que tenía por objetivo concentrar todos los servicios judiciales en el barrio de Valdebebas, en las afueras de la capital. Era una forma de decir que, si la obligaban a dimitir, no callaría, que no se iría a casa sola. La respuesta ha sido contundent­e. En Madrid, hay gente que no está para bromas.

La lección es siempre la misma: en política, a la hora de dejarlo, cuanto más rápido, mejor. Si Cifuentes hubiera dimitido hace tres semanas, como debería haber hecho, aún habría conservado unos gramos de dignidad. Ahora se va sin ni un ápice. Es uno de los finales más grotescos de la España democrátic­a. Ni siquiera le acompaña la grandeza del crimen: fue un hurto ridículo, propio de una persona que, si te despistas, te afana el bolígrafo.

¿Es la caída de Cristina Cifuentes el comienzo del fin de Mariano Rajoy? Quién sabe. Quizás aguantará. Si hay un político que tiene más vidas que un gato, es él. Cada vez hay más indicios de que el telón ha empezado a caer, pero la agonía puede ser larga.

Cristina Cifuentes no inició la carrera política en la cárcel –a diferencia de Mahathir, que a sus noventa y dos años se vuelve a presentar a las elecciones–, ni irá a la cárcel por el pequeño hurto que la ha tumbado. Quizás puede ir por otros motivos, no por este. Pero metafórica­mente no sólo está en la cárcel, sino que ha arrastrado a ella a su partido.

 ?? RASPU / GETTY ??
RASPU / GETTY

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain