Bajo los adoquines...
Caroline de Bendern tenía 27 años cuando se manifestó el 13 de mayo de 1968 por las calles del Barrio Latino de París, junto a miles de estudiantes y trabajadores, en contra del Gobierno del general De Gaulle y de una sociedad conservadora, estancada, autoritaria y asfixiante. Su imagen a hombros de un amigo, enarbolando la bandera del Frente de Liberación de Vietnam (FNL), la convirtió en un icono de la revuelta de Mayo del 68, una especie de moderna recreación de La libertad guiando al pueblo de Delacroix. Modelo y actriz de origen inglés y familia aristocrática –nieta del conde Maurice Arnold de Berdern–, el perfil de Caroline es también representativo del sustrato sociológico que estuvo en la base de aquel movimiento, integrado en gran medida por los cachorros de la burguesía, que nunca fue –pese a las proclamas– realmente revolucionario y que sólo hizo temblar a la V República cuando se sumaron los trabajadores.
Jean-Robert Pitte, rector de la Universidad de París-Sorbona, tenía entonces 19 años, estudiaba en la misma universidad que ahora dirige y siempre estuvo en contra de aquel “movimiento de niños bien”. A sus padres, de extracción modesta, les había costado demasiado esfuerzo que su hijo accediera a la universidad para que un grupo de privilegiados radicalizados echara el curso a perder. Dos mundos...
Mayo del 68 nunca fue un auténtico movimiento revolucionario. Nunca sus dirigentes tuvieron el objetivo de tomar el poder, por más que llegaran a hacer temblar los cimientos del régimen de 1958. Sólo querían sacudir el statu quo, cambiar la sociedad. Y en gran medida lo lograron.
La revuelta de Mayo del 68 adquiere el carácter de tal el 3 de mayo, cuando la policía entra en la Universidad de la Sorbona para desalojar por la fuerza a los estudiantes que la habían ocupado y detiene a más de 600... Pero el embrión es anterior. El foco no está en París, sino en Nanterre –en la periferia oeste de la capital–, donde los universitarios inician un movimiento de protesta contra el régimen del internado universitario, que consideran demasiado restrictivo y anticuado. De hecho, su principal reivindicación en ese estadio inicial es que las chicas puedan recibir a chicos en sus habitaciones (cosa prohibida, aunque autorizada a la inversa). Pronto las cosas se complican con la detención de un estudiante durante una protesta contra la guerra de Vietnam, a raíz de la que empezarán las ocupaciones y nacerá el llamado Movimiento del 22 de Marzo. Su principal líder, un estudiante alemán llamado Daniel Cohn-Bendit –conocido como Dani el Rojo, por el color de su pelo, ahora ya blanco–, acabaría siendo uno de los dirigentes más destacados y mediáticos de Mayo del 68.
Vietnam... La escalada bélica en la antigua Indochina francesa, con la intervención abierta de Estados Unidos contra el régimen comunista de Vietnam del Norte (1964-1973), está en el origen mismo del movimiento de protesta de los estudiantes franceses en 1968. Algo que vincula directamente la revuelta en Francia con las protestas de los jóvenes de EE.UU. –contra la guerra de Vietnam, por los derechos civiles de la minoría negra y por la libertad de expresión política en las universidades–, cuyo epicentro más activo se localizó en la universidad de Berkeley, California.
1968 fue un año en el que las ansias de libertad y justicia se extendieron por todo el mundo. Desde la Primavera de Praga, el intento fallido de instaurar un socialismo más abierto, de rostro humano –cruelmente aplastado por los tanques del Pacto de Varsovia en agosto–, hasta el movimiento estudiantil que reclamaba más democracia en México, ahogado en sangre el 2 de octubre en la matanza de la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, pasando por la agitación antifranquista –reprimida por el régimen– de las universidades españolas.
La especificidad de la revuelta francesa es la intervención, a partir de mediados de mayo, del movimiento obrero, con las primeras huelgas y ocupaciones de fábricas. Los comunistas franceses eran al principio reacios e incluso contrarios al movimiento –“pseudorrevolucionarios”, les llamó despectivamente el secretario general del PCF, Georges Marchais–, pero se acabaron viendo arrastrados por las bases, que obligaron a los sindicatos a tomar la iniciativa. El 20 de mayo, con 10 millones de huelguistas, Francia quedó paralizada y la V República tembló.
Los comunistas, sin embargo, tampoco querían tomar el poder y el Gobierno pronto encontró el cauce para negociar con los sindicatos amplias mejoras salariales y laborales para los trabajadores. A la primera reunión exploratoria, el primer ministro Georges Pompidou envió al entonces secretario de Estado de Empleo –y futuro presidente de la República–, Jacques Chirac, que acudió armado con una pistola por si las moscas. Así estaban las cosas... Pero una vez se alcanzó un pacto –los llamados acuerdos de Grenelle– y De Gaulle movilizó a los suyos con una gran manifestación de adhesión en los Campos Elíseos –la primera que se adjudicó la osada cifra de un millón–, los trabajadores no tardaron en regresar a las fábricas. A partir de ahí, el movimiento estudiantil estaba condenado.
El movimiento sí, pero no su legado. Mayo del 68 encarnó una esperanza de más libertad –política, individual, sexual– que acabaría imponiéndose en las costumbres y los hábitos sociales. Con las calles del Barrio Latino trufadas de barricadas y las paredes llenas de pintadas, alguien escribió en la Sorbona: “Bajo los adoquines, la playa”. Un mensaje de ilusión, de voluntad de cambio, que contrasta con el desánimo y el repliegue desconfiado que atenaza a la Europa de hoy.
Cincuenta años después, sólo parece haber espacio para el sarcasmo. Como el chiste que circula estos días: “Mayo de 1968, los jóvenes salen a la calle; mayo del 2018, los jubilados salen a la calle. Son los mismos...”.
Mayo del 68 encarnó una esperanza de más libertad –política, individual, sexual– que acabaría imponiéndose