El séptimo mandamiento
Visto lo sucedido esta semana con Cristina Cifuentes, toman nuevo vuelo dos robos que se han hecho públicos últimamente y que, de forma inmerecida, han pasado sin mucha pena y con poca gloria.
El primero es el de un chico de diecinueve años, costalero de una procesión de Cádiz. Se trata de la que organiza la Real, Antigua y Fervorosa Hermandad del Santísimo Sacramento, Sagrada Cena de Nuestro Señor Jesucristo y Santa María de la Paz y Concordia, de Jerez de la Frontera, la bonita población donde nacieron –en fechas diferentes, que conste– insignes figuras de la lírica como Lola Flores e Inés Arrimadas. Bien, pues al chico, de quien la prensa no dio el nombre, lo detuvieron poco después de Semana Santa como (presunto) autor del robo de las joyas de la imagen de Nuestra Señora de la Paz y Concordia Dolorosa. La imagen estaba en la iglesia. En un momento determinado, con gran sorpresa quizá no exenta de una miaja de pánico, el vicemayordomo vestidor de imágenes de la hermandad se dio cuenta de que las joyas habían desaparecido. Lo denunció a la policía, que encontró pruebas que permitieron identificar al (siempre presunto)
Hoy en el bar he oído: “Pobre mujer, pero si no puede evitarlo; la cleptomanía es una enfermedad”
ladrón. Confesó que las había vendido a una tienda de compraventa de metales preciosos. No se han podido recuperar porque ya las habían fundido. Alabado sea el Señor.
El otro caso es el de un árbitro de fútbol de Monforte de Lemos, patria de José Manuel Parada e Inés de Castro, reina de Portugal a título póstumo. Bueno, pues el tal árbitro, guardia civil de profesión y de nombre José Alberto (la prensa no da sus apellidos), pita en la Liga de Veteranos de Ourense. En el 2015 los jugadores empezaron a darse cuenta de que, cuando tras los partidos volvían a los vestuarios para ducharse (supongo) y vestirse, a menudo les faltaba dinero. Como el lector sagaz habrá imaginado, el ladrón era José Alberto, que aprovechaba las medias partes para ir. Todos pensaban que lo hacía para satisfacer sus necesidades fisiológicas, pero no. Independientemente de que fuera a mear o a cagar, metía mano a las carteras. Empezó el 16 de mayo, en Cea: 30 euros. Una semana después, en Cartelle: 260. Llegó el verano. En septiembre se reanudó la liga. El día 19, en Sarreaus: 180 euros. El 27, en A Peroxa: 110. El 3 de octubre, en San Cibrao das Viñas: 580. Cantidades cada vez más interesantes. Lamentablemente para él, el 22 de noviembre lo trincaron.
Con el caso Cifuentes se ha repetido hasta la saciedad que los cleptómanos roban cosas sin valor, que no necesitan, como si eso fuera excusa. Hoy en el bar he oído: “Pobre, no puede evitarlo; es una enfermedad”. Pero los diccionarios no lo definen así. El de la RAE dice que la cleptomanía es una “propensión morbosa al hurto”. No dice que lo robado tenga que ser de poco o mucho valor, ni cremas hidratantes o joyas. A Cifuentes la disculpan y, en cambio, al árbitro gallego y al costalero andaluz nadie los excusa. Además, como no son cargos públicos, no tendrán la suerte de ir a parar al consejo de administración de algún banco o de alguna hidroeléctrica. No es justo.