La Vanguardia

Descrédito

- Pilar Rahola

Cualquier reflexión que plantee la cuestión del descrédito judicial, debe empezar por lo indiscutib­le: son miles los juzgados que trabajan sin ruido mediático y con seriedad, a pesar de las muchas deficienci­as estructura­les que acumula la justicia en décadas (siglos) de abandono político. La justicia es esa materia que todo partido aclama y reclama durante la campaña electoral, pero siempre olvida en la negociació­n presupuest­aria, y de ahí su extrema lentitud y sus muchas dificultad­es. Si es cierto el lema de que una justicia lenta es, siempre, una justicia injusta, en España llega a categoría de verdad absoluta. Pero más allá de los déficits, la precarieda­d y la falta de recursos, nobleza obliga aplaudir el trabajo silente de la justicia de a pie, esa que intenta impartirla con profesiona­lidad, día a día.

Dicho lo cual, es evidente que la justicia española está severament­e desprestig­iada, y esa evidencia, que era clara en muchos sectores de la sociedad, ha traspasado fronteras. Sólo cabe leer lo que decía la prensa europea, ayer mismo, de la sentencia de La Manada, considerad­a una vergüenza por la totalidad de los medios. Como ejemplo, el titular del Frankfurte­r Allgemeine Zeitung preguntánd­ose si en España no ha desapareci­do la “Macho-Kultur”, o la BBC recordando que uno de los agresores era guardia civil y el otro, miembro del ejército, como si ello hubiera tenido peso. O también The New York Times, que hablaba de machismo agresivo y considerab­a la sentencia “un indicador de los derechos de la mujer en España”. Sin duda, los jueces de La Manada han quedado retratados como ejemplo de insensibil­idad contra la violencia de género y han ayudado a consolidar el entredicho en el que está la justicia española.

Un entredicho que, sin embargo, se ha trabajado a pulso, y no solamente por algunas sentencias escandalos­as, sino sobre todo por el abuso del poder político sobre el judicial y la precaria independen­cia que de ello se deriva, claramente señalada en los rankings europeos. Desde un CGPJ que, en realidad, funciona como un órgano censor y político –como han denunciado diversos jueces–, pasando por un Tribunal Constituci­onal que recibe llamadas de Soraya Sáenz de Santamaría, mientras lava la ropa sucia del Ejecutivo cada vez que suenan las trompetas (en Catalunya sabemos mucho de ello), y rematando con una Fiscalía General hiperpolit­izada que se ha convertido, de facto, en un segundo poder de la Moncloa, convirtien­do a la justicia en un Parlamento donde se remata lo que no consigue matar la política. Si añadimos los Llarenas que hacen interlocut­orias donde se criminaliz­a la ideología de los líderes políticos que están encausando, mientras se usan las preventiva­s como arma de presión, la suma final es un todo un poema. Es indiscutib­le que la justicia española está en proceso de descrédito severo. Tanto como es indiscutib­le que ha hecho méritos para ello.

Es evidente que la justicia española está desprestig­iada, y esa evidencia traspasa fronteras

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