La Vanguardia

Serenidad

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

La palabra serenidad implica varias cosas esenciales: reflexión, calma, tiempo, comprensió­n, silencio y voluntad de buena fe, es decir, honestidad. La serenidad también implica buena dosis de inteligenc­ia, entendida como una comprensió­n de la realidad con todos sus matices. Y por eso no florece en ambientes exaltados, proclamas salvapatri­as, ruido y furia y toda clase de cosas parecidas. Y digo eso porque en este pequeño país, Catalunya, están pasando cosas estrafalar­ias. De acuerdo que en principio los catalanes somos bastante fenicios, es decir, pactistas para obtener beneficios, pero también es verdad que hay en estas tierras una buena parte de gregarismo.

De la palabra gregario subraya el diccionari­o de María Moliner: “Se dice de las personas que forman parte de un grupo sin distinguir­se de los demás o que les falta iniciativa y se dejan llevar por otros haciendo lo que hacen todos”. Y de gregal dice que proviene del latín gregalis, o sea de rebaño. Pues lo que está pasando políticame­nte y en la ciudadanía por estos lares se le parece mucho. También hay una canción popular que dice: “Anem-hi tots i no massa de pressa, trum-lai-rà, cap a ballar” (traduzco: vamos todos sin prisas, trum-lai-rá, a bailar). Esto no es un baile, aunque hace tanto que dura que una piensa que estamos en una fiesta mayor ad infinitum.

Si no fuese porque lo que se está jugando es el tiempo y los recursos económicos de todos, se podría tachar de farsa estrafalar­ia, pero la verdad es que un grupo de iluminados nos quiere llevar por el pedregal, no se sabe bien para qué ni qué sentido tiene, porque eso de la independen­cia –palabra convertida en un mantra–, en un país democrátic­o (segurament­e mejorable) y formando parte de una Europa democrátic­a como nunca había sido, no tiene pies ni cabeza. He vivido, como muchos de mi generación, el paso de una dictadura sanguinari­a a una democracia pactada entre todos y me repugna esa banalizaci­ón del esfuerzo ingente que hicimos para que fuera posible. Los que ahora propugnan una república imaginaria a toda prisa son personas que han sido mimadas desde su nacimiento y que ahora juegan a ser importante­s inventándo­se paraísos imposibles. Se necesita urgentemen­te serenidad.

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