La Vanguardia

Un silbido horrible

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Cuando sucedieron los hechos que relato, yo tenía diez años. Vivía con mi familia en la calle Mare de Déu del Remei, muy cerca de la calle Lleida. Al otro lado de esta calle estaba el guardamueb­les y depósito de aceite Salat.

Una noche, poco después de habernos ido a dormir, sonaron las sirenas. Nos vestimos a toda prisa y cuando salimos al rellano de la escalera se oyó un silbido terrible. Nos estremecim­os, pues una fuerte explosión hizo temblar toda la casa. A la mañana siguiente, nos enteramos de que una bomba había caído en la residencia del que cuidaba de aquel lugar, y otra en el patio. Murieron un vigilante y dos hijas del encargado. La mayor, de 12 años, había estado en mi casa aquella tarde jugando con mi hermana.

Unos días después, poco después de habernos levantado, sonaron las sirenas y momentos después otra vez el escalofria­nte silbido, seguido de un tremendo ruido, pero no hubo explosión. Habían caído dos bombas en un palacio de exposicion­es que servía de garaje a las ambulancia­s. Los militares las sacaron, pesaban unos 500 kilos.

Unos meses más tarde, mientras jugaba con otros niños al lado del estadio, vimos cómo unos aviones dejaban caer varias bombas. Nos tendimos en el suelo en una zanja, con la boca abierta. Una de las bombas cayó a unos 40 metros. Estamos vivos de milagro. Esta vez el silbido y la explosión casi nos dejan sordos. RAFAEL MULERO VIDALES Barcelona

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