Libros en el jardín
En el jardín del hotel Alma siempre encuentro el silencio que busco. Se trata de un silencio especial, a veces lleno de palabras necesarias, que me reconforta. Sobre todo en estos tiempos de nuevos fascismos, que han vuelto con otros colores. O sea, que el pasado lunes, ese día que lo fue del libro, decidí abandonar la aparente fiesta con sus épicas de parvulario, sus rosas politizadas, etcétera y refugiarme en el jardín del hotel Alma. Me encontré en el mismo con el amigo Jordi Mercader, que es el mejor espadachín de la inteligencia que ha dado Catalunya en los últimos siglos. Todos temen sus certeras estocadas. Por eso no lo invitan en determinadas tertulias propagandísticas pensadas para que las gallinas y los gallos de plástico finjan cacarear, cantar, alborotarse, desplumarse y demuestren, diariamente, lo mucho que ignoran o quieren seguir ignorando. Porque hasta los más genuinamente ignorantes de ellos saben quiénes son los políticos que les pagan.
En el jardín del hotel Alma siempre descubro a alguna mujer que está leyendo un libro. La razón es que el generoso Joaquín Ausejo pone a disposición de los huéspedes de su hotel una biblioteca en la que, sorprendentemente, o no, abundan los buenos libros. El pasado lunes Joaquín se acercó a la mesa que ocupábamos Jordi y yo y a los pocos minutos apareció en la conversación un argentino luminoso, extraordinario, porque también existen. Y no me refiero al papa Francisco sino al poeta y librero Héctor Yánover, a quien conocí en Buenos Aires, en su cálida librería Norte. Yánover, escéptico pero entusiasta, era judío, era un mench ,es decir, una persona honesta y cabal. Nadie mínimamente culto que pasaba por Buenos Aires se olvidaba de visitar la librería Norte y de escuchar a quien fue director de las Bibliotecas Municipales y de la Biblioteca Nacional de la República Argentina. De Yánover, Joaquín recordó lo que el poeta y librero argentino escribió en sus Memorias de un librero sobre los ladrones de libros. “Todo ladrón de libros se siente un revolucionario. Y un intelectual que no ha robado un libro es a la cultura lo que una virgen al sexo”. Quizá por eso Joaquín pone al alcance de sus huéspedes buenos libros.
El pasado lunes, en el jardín del hotel Alma, brindamos, pues, por Héctor Yánover, el hombre que me aseguró que Buenos Aires tiene un novelista, Roberto Arlt y un gran poeta: el comunista e hijo de españoles, Rafael González Tuñón. Según Yánover, Jorge Luis Borges siempre lo envidió. Por eso nunca pronunció su nombre. Siempre se refería a él como “el otro poeta suburbano de Buenos Aires”. Digamos, pues, que Buenos Aires tiene un gran poeta, González Tuñón, y un poeta, el envidioso Borges. Mientras abandonaba el jardín del hotel Alma, volví a pensar en Yánover y en el libro. Luego, ya en casa, apareció en la televisión el comisionado de cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Joan Subirats. Cuando la periodista le preguntó si había en el día de Sant Jordi un exceso de políticos, es decir, de puestos de asociaciones e instituciones, respondió lo siguiente: “La Diada será cada vez más una fiesta cívica y no sólo de libros”.
Queda claro: los políticos barceloneses han decidido acabar, también, con el día de Sant Jordi. Viva el dragón.
joaquín ausejo
Pone a d sposición de los huéspedes de su hotel una biblioteca de buenos libros