La Vanguardia

Inteligenc­ia digital

- Quim Monzó

Quim Monzó se hace eco de la retirada de los relojes analógicos de las escuelas británicas para sustituirl­os por modelos digitales, en consonanci­a con la ya cuasi absoluta digitaliza­ción de la juventud: “Ellos han crecido ya con móviles que, con simples presiones del índice, te localizan a la persona a quien quieres llamar y, sin siquiera necesidad de verificar el número, con una presión más del índice lo marca y se establece la comunicaci­ón”.

En las personas de cierta edad se ha convertido ya en tradición sorprender­se de que los jóvenes, y no digamos los niños, sean incapaces de saber cómo deben marcarse, en un teléfono de disco, las cifras del número de la persona a quien llamas. A estas alturas es una sorpresa impostada, porque se ha hablado de ello muchas veces y el motivo ha quedado claro. ¿Cómo van a saber que deben meter el dedo en el agujero de una de las cifras –del 0 al 9– y, sin sacarlo, girar la rueda hacia la derecha hasta llegar al tope que hay en la parte baja para, entonces sí, sacarlo para que la rueda vuelva automática­mente a su posición inicial y, luego, repetir la misma operación con cada una de las cifras? No pueden saberlo porque ellos han crecido ya con móviles que, con simples presiones del índice, te localizan a la persona a quien quieres llamar y, sin siquiera necesidad de verificar el número, con una presión más del índice lo marca y se establece la comunicaci­ón.

Es muy cómodo tener cincuenta años y quejarse de los millennial­s, como si todos fueran borricos y nosotros no nos hubiéramos encontrado con interrogan­tes similares ante modelos de teléfono como

En las escuelas británicas retiran los relojes analógicos y los sustituyen por digitales

el que consistía en un armatoste de madera colgado en la pared con un auricular en forma de trompeta que te acercabas a la oreja y un micro rudimentar­io en la caja al que debías acercar la boca.

Pues algo parecido pasa ahora con los relojes analógicos, esos que consisten en una esfera (no sé por qué se llama así, si de hecho es un círculo) con dos agujas –una corta y una larga– y cifras y rayas para indicar las horas, los cuartos y los minutos. Que para muchos son ya extraños es comprensib­le porque están acostumbra­dos a los relojes digitales. Lo más habitual es que se saquen el móvil del bolsillo y miren qué hora pone. Y si están frente al ordenador, lo mismo. (En el momento en que escribo esto, el mío me dice: 10.18). Por eso muchos no saben leer las horas a partir de la disposició­n de las agujas en la esfera. La cosa ha llegado a tal punto que en las escuelas de secundaria de Gran Bretaña han decidido quitar los que hay en las paredes de pasillos y aulas y sustituirl­os por digitales. El motivo es que, como con los analógicos no disciernen la hora, se dedican a levantar el dedo cada dos por tres para preguntarl­a a los profesores. Dicen que este cambio de relojes sólo lo harán en época de exámenes. Porque mientras intentan contestar correctame­nte las preguntas se estresan y sufren por si la hora de entregar el examen les caerá encima de un momento a otro. Con los digitales en las paredes la sabrán sin tener que preguntárs­ela a nadie. Ya veremos si no se quedan para siempre.

Si esta situación se da en lenguas con un modo simple de contar el tiempo (las 9 y 10, las 2 menos 12...), ¡imaginen con el sistema tradiciona­l catalán (un quart i cinc de deu, tres quarts i mig de tres...)! Ya podemos empezar a cantar los responsos a esta manera de decir las horas, nosotros y los suizos de habla alemana, que también la utilizan, según me explicó Peter Stamm una linda tarde de principios de siglo, más o menos hacia las 16.53.

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