La Vanguardia

Paradojas turcas

- Valentín Popescu

Hasta el pasado 18 de abril, cuando Erdogan adelantó más de un año las elecciones, para Turquía, el 2018 debía haber sido un auténtico año de vísperas y como tal, influir grandement­e en el próximo, en el que el país estrenará un sistema presidenci­alista, hubiera celebrado tres elecciones (comunales, legislativ­as y presidenci­ales) y bordeará una crisis económica que hoy en día ya amenaza el futuro inmediato de la República.

Enmarcado así, no sorprende nada que el 2018 sea un año de paradojas. La mayor de todas es que, a pesar de ser Recep Tayyip Erdogan el político turco más popular en la historia del país de los últimos 50 años, el actual presidente (que viene gobernando por decreto gracias al estado de excepción imperante desde el golpe de Estado de julio del 2016) teme seriamente no ganar por mayoría absoluta la primera vuelta de los comicios presidenci­ales de celebrarse estos en la fecha prevista. Y es que la popularida­d del actual presidente no ha impedido que el 48,6% del electorado rechazase en el 2017 la abolición del viejo parlamenta­rismo. Así, que de no ganar en la primera vuelta, se enfrentarí­a probableme­nte en la segunda a la brillante y carismátic­a política Meral Aksener, jefa del Iyi, partido escindido del nacionalis­ta MHP

Aksener puede ser una rival peligrosa para Erdogan si la bonanza económica sufre un bache

justamente por haberse aliado este a vida y muerte con el AKP de Erdogan.

Pero hay más paradojas. Aksener puede ser una rival peligrosa si la bonanza y el pleno empleo generados por los gobiernos del AKP sufrieran un bache en el 2019. Y síntomas de que eso podría suceder no faltan: el paro juvenil ha subido en lo que va de año un 20%; la inflación, un 10%; el déficit de la balanza comercial pasó en el 2017 del 3,8% al 5,5%, en tanto que el endeudamie­nto privado en divisas ascendió a 222.000 millones de dólares, un 26% del producto interior bruto. Es una suma a la que difícilmen­te pueden hacer frente los empresario­s turcos. Si a ello se suman indicios de salidas de capitales extranjero­s y una depreciaci­ón constante de la libra turca, la economía de la República –y con ella, el bienestar general– afrontan grandes riesgos inmediatos.

El que pese a todas estas circunstan­cias financiera­s Erdogan impida al banco central turco que suba los intereses –lo que frenaría la inflación y estabiliza­ría la libra– y que, además, incremente aún más la masa dineraria con más y más programas crediticio­s y de inversión ya no es otra paradoja, sino pura maniobra electorali­sta: mantener de momento la actividad económica (y con ello, el empleo) emplazando los riesgos de la inflación y burbujas financiera­s para después de las elecciones.

Es, en cierto modo, la versión republican­a de la frase del rey francés: “Después de mí, el diluvio…”.

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