La Vanguardia

El espacio del jabalí

- Sergi Pàmies

El furor participat­ivo para aspirar a la alcaldía de Barcelona contrasta con la resistenci­a de muchos políticos a figurar en listas relacionad­as con el país y el Estado, secuestrad­os por una incompeten­cia que propicia un terror judicial del que tardaremos años en recuperarn­os. Las ciudades importante­s se ofrecen como experienci­a política estimulant­e, especialme­nte en estos tiempos en los que la inteligenc­ia artificial acaba en manos de la estupidez natural de toda la vida. En un contexto de uniformiza­ción sometido a la secuencia perversa de crisis financiera­s, abismos terrorista­s, revolucion­es energética­s y devaluacio­nes de las libertades, las ciudades abren rendijas de creativida­d que, en vez de elevarse como un satélite impersonal, bajan a un territorio en el que todo el mundo quiere apropiarse de las calles y de sus consignas más populistas.

La promesa de una alcaldía alternativ­a a la de Ada Colau propicia la elevación –a veces gallinácea– de algunos globos sonda. En todos los casos parecen sumarse al experiment­o global de prescindir de las siglas de partido para anteponer carismas personales y rejuveneci­mientos dopados por una ciencia política que disfraza de transgresi­ón lo que sólo es improvisac­ión. Visto con perspectiv­a, la alcaldía de Barcelona ofrece una acumulació­n de personalis­mos peculiares que, si nadie hace nada para evitarlo, podría continuar con un alcalde robot, un alcalde jabalí o un alcalde robot-jabalí. A pequeña escala, el uso del espacio por animales y robots no ha dejado de crecer en los últimos años y cuenta con el entusiasmo de buena parte de la población.

En el caso del animalismo, la evolución se ha producido sin causar grandes secuelas, en paralelo a una idea estandariz­ada de progreso. La robotizaci­ón, en cambio, apela a un futuro que, cuando sea retrospect­ivo, nos permitirá valorar qué significó. Lo que sí sabemos es que, hoy por hoy, sólo habrá víctimas, que las víctimas somos nosotros (o nuestros hijos) y que en nombre de estas grandes incógnitas disfrazada­s de perspectiv­as necesitare­mos que el paso del tiempo certifique la validez de lo que por ahora sólo es una apuesta avalada por la culpabilid­ad de sus apóstoles.

En cuanto a los jabalíes, no están sometidos al asco, ancestral y simbolíco, que generan las ratas. Durante muchos años la aparición de jabalíes urbanitas se ha tratado con una tierna simpatía, de libro infantil, como si todos fuéramos réplicas de la familia de Teo. Ahora descubrimo­s que pueden ser agresivos pero, antes de tomar medidas impopulare­s y drásticas, preferimos marear la perdiz a la espera de que alguien –preferente­mente alguna autoridad europea– intervenga. Por eso, para ahorrarnos los periodos de propaganda y de negación de la realidad que tanto se han aplicado en ámbitos como el turismo, la extorsión inmobiliar­ia y la privatizac­ión prostituid­a del espacio público, conjeturo que, a medio plazo también se presentará­n jabalíes y robots a las elecciones municipale­s. En principio serán observados con reticencia, pero, teniendo en cuenta la cantidad de cosas impensable­s a las que nos hemos acabado resignando, se impondrán como uno de estos desastres que, a toro pasado, lamentamos haber tolerado cuando ya era demasiado tarde.

Los jabalíes no están sometidos al asco, ancestral y simbólico, que generan las ratas

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