El espacio del jabalí
El furor participativo para aspirar a la alcaldía de Barcelona contrasta con la resistencia de muchos políticos a figurar en listas relacionadas con el país y el Estado, secuestrados por una incompetencia que propicia un terror judicial del que tardaremos años en recuperarnos. Las ciudades importantes se ofrecen como experiencia política estimulante, especialmente en estos tiempos en los que la inteligencia artificial acaba en manos de la estupidez natural de toda la vida. En un contexto de uniformización sometido a la secuencia perversa de crisis financieras, abismos terroristas, revoluciones energéticas y devaluaciones de las libertades, las ciudades abren rendijas de creatividad que, en vez de elevarse como un satélite impersonal, bajan a un territorio en el que todo el mundo quiere apropiarse de las calles y de sus consignas más populistas.
La promesa de una alcaldía alternativa a la de Ada Colau propicia la elevación –a veces gallinácea– de algunos globos sonda. En todos los casos parecen sumarse al experimento global de prescindir de las siglas de partido para anteponer carismas personales y rejuvenecimientos dopados por una ciencia política que disfraza de transgresión lo que sólo es improvisación. Visto con perspectiva, la alcaldía de Barcelona ofrece una acumulación de personalismos peculiares que, si nadie hace nada para evitarlo, podría continuar con un alcalde robot, un alcalde jabalí o un alcalde robot-jabalí. A pequeña escala, el uso del espacio por animales y robots no ha dejado de crecer en los últimos años y cuenta con el entusiasmo de buena parte de la población.
En el caso del animalismo, la evolución se ha producido sin causar grandes secuelas, en paralelo a una idea estandarizada de progreso. La robotización, en cambio, apela a un futuro que, cuando sea retrospectivo, nos permitirá valorar qué significó. Lo que sí sabemos es que, hoy por hoy, sólo habrá víctimas, que las víctimas somos nosotros (o nuestros hijos) y que en nombre de estas grandes incógnitas disfrazadas de perspectivas necesitaremos que el paso del tiempo certifique la validez de lo que por ahora sólo es una apuesta avalada por la culpabilidad de sus apóstoles.
En cuanto a los jabalíes, no están sometidos al asco, ancestral y simbolíco, que generan las ratas. Durante muchos años la aparición de jabalíes urbanitas se ha tratado con una tierna simpatía, de libro infantil, como si todos fuéramos réplicas de la familia de Teo. Ahora descubrimos que pueden ser agresivos pero, antes de tomar medidas impopulares y drásticas, preferimos marear la perdiz a la espera de que alguien –preferentemente alguna autoridad europea– intervenga. Por eso, para ahorrarnos los periodos de propaganda y de negación de la realidad que tanto se han aplicado en ámbitos como el turismo, la extorsión inmobiliaria y la privatización prostituida del espacio público, conjeturo que, a medio plazo también se presentarán jabalíes y robots a las elecciones municipales. En principio serán observados con reticencia, pero, teniendo en cuenta la cantidad de cosas impensables a las que nos hemos acabado resignando, se impondrán como uno de estos desastres que, a toro pasado, lamentamos haber tolerado cuando ya era demasiado tarde.
Los jabalíes no están sometidos al asco, ancestral y simbólico, que generan las ratas