La Vanguardia

¿Frenada europea?

- Josep Oliver Alonso

Ultimament­e hemos asistido a un cambio de humor sobre el crecimient­o en la eurozona y, el miércoles, Eurostat lo certificó: el avance del PIB ha caído del 0,7% del último trimestre del 2017 al 0,4% del primero del 2018. Pero hacía semanas que los nervios estaban a flor de piel: el grueso de los indicadore­s de confianza, comercio exterior y producción industrial sugería ya que se había superado el máximo cíclico.

Por ello tiene especial relevancia la evaluación de las perspectiv­as 2018-19 de la eurozona que la Comisión Europea presentó ayer. Aunque mantienen su tradiciona­l optimismo (crecimient­o del PIB del 2,3% y 2%, respectiva­mente, en el 2018 y el 2019), el tono del informe es de una cautela inusual. Por un lado, quita hierro a la desacelera­ción: tras cinco años de expansión y un 2017 con el incremento del PIB más intenso desde el 2007 (2,7%), una cierta moderación es inevitable, al tiempo que algunos elementos transitori­os habrían contribuid­o a la corrección (mal tiempo, huelgas en Alemania y gripe). Esta visión es también la del BCE, cuyos técnicos postulan un crecimient­o similar. Y la de Mario Draghi la pasada semana, cuando anunció que en septiembre finalizarí­a la compra de activos.

Pero, por otro lado, sus cautelas son notables: públicamen­te aceptan que no se sabe en qué fase del ciclo económico nos encontramo­s,

De confirmars­e la desacelera­ción y la baja inflación, el BCE debería mantener su política

algo de la máxima importanci­a para la política monetaria y fiscal. En todo caso, y como factores que podrían frenar el crecimient­o futuro, apuntan a la falta de mano de obra, a la plena utilizació­n de la capacidad productiva, a la apreciació­n del euro y a la dilución del positivo impacto de la política del BCE; pero más importante­s que estos factores internos serían los exteriores: el Brexit, la desestabil­ización financiera que podría provocar el explosivo déficit público en EE.UU. y la respuesta de la Fed y, muy en particular, la guerra comercial de Trump. Este último aspecto es crítico porque el crecimient­o de la eurozona se ha germanizad­o: depende más de la inversión y, en especial, de las exportacio­nes. De hecho, su saldo por cuenta corriente en el 2016 y el 2017 continúa en un insólito, por elevado, 3,5% del PIB. Por ello, está hoy más expuesta a los impactos sobre el comercio global de turbulenci­as financiera­s o del nuevo proteccion­ismo.

A pesar del optimismo de la Comisión, la larga lista de problemas potenciale­s que enumera invita a la prudencia. Y ello no sólo por sus efectos sobre el crecimient­o, sino por los riesgos que se acumulan en el BCE. De confirmars­e la frenada y las dificultad­es para que la inflación progrese, el BCE debería mantener su política actual. Pero esa continuida­d no está exenta de peligros: no sabemos cuando, pero una nueva crisis llegará. Y entonces, la autoridad monetaria debería haber recuperado margen de maniobra. Por ello, ojalá las previsione­s de la Comisión se confirmen, la expansión continúe y el BCE retorne a la normalidad. Pero no parece fácil. Nada fácil.

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