Medio siglo de leyenda televisiva
JOSÉ MARÍA ÍÑIGO (1942-2018) Periodista y presentador de radio y televisión
Del bigote de Íñigo asoman toreros y cantantes, escritores y humoristas, actrices de Hollywood y señores que aporrean puertas, el pendiente extraviado de Lola Flores, las cucharillas que dobla Uri Geller, la barba florida de Solzhenitsyn y la memoria toda de unos años legendarios en la televisión de un país llamado España. José María Íñigo (75) se ha largado a hacer televisión al “Otro Lado”. Deja cuatro hijos –Daniel, Eduardo, José María y Pilar– y una leyenda.
Íñigo se nos ha ido en el mismo mes en que cumplía medio siglo de su primera aparición televisiva: fue el 22 de mayo de 1968 –¡mayo del 68!– el día en que el canal UHF de TVE estrenó Último grito, espacio musical con un joven presentador de camisas floreadas, pañuelo al cuello, sombrero vaquero, pelos largos y bigotón de pistolero.
Aquel bigote de herradura llegó a la tele como desafiante símbolo piloso de la modernidad, y con los años se erigió en el emblema superlativo de la televisión de masas en España. Íñigo debutó como hippy asimilable y local para la tele de un país cuartelero con veleidades de dejar de serlo, y se convirtió en el presentador mainstream de programas con treinta millones de pares de ojos a la vez.
Seguirían Ritmo 70 (1970), realizado por Pilar Miró, Estudio Abierto, La gente quiere saber
(1973), Hoy 14.15, Directísimo
(1975-1976), Esta noche... fiesta (1976-1977), Fantástico (19781981)... Con Directísimo, Íñigo implantó en España el espectáculo de la palabra hablada (talk show),
de la conversación con el entrevistado. Íñigo remitía cartas a artistas de todo el mundo, y ellos venían a su programa a cambio del avión, el hotel, una corrida de toros
Con los años se erigió en el emblema superlativo de la televisión de masas en España
y una paella. Visité a Íñigo en su oficina hace veinte años, y en una pared tenía enmarcados varios sobres en los que campaba una sola palabra: “ÍÑIGO”. ¡Y le llegaban! ¿Hay mejor termómetro de una fama? Tuvo a Alain Delon, a Johnny Weissmuller (que lanzó en directo su célebre grito de Tarzán, poco antes de morir), a una radiante Jacqueline Bisset y una anciana Rita Hayworth, a Tina Turner y Diana Ross en su esplendor. Y, en 1975, al mentalista o lo que sea Uri Geller, que dobló una cucharilla, movilizó agujas de reloj y paralizó España.
José María Íñigo estaba siempre preparado para entrevistar al cantante de moda o al escritor más sutil, y quizá haya sido el mejor conductor de magazine que haya tenido nuestra televisión, a la vez informado, sobrio e irónico. Fue sonada su entrevista al premio Nobel Aleksander Solzhenitsyn, que comparó el espanto de la Rusia soviética con la España que Franco dejaba (estábamos en marzo de 1976), subrayando nuestra libertad de movimientos y el pluralismo en los kioscos. Levantó ronchas en la piel de la progresía antifranquista española.
En los años 90 se apartó de la televisión y se dedicó a dirigir revistas de viajes, gastronomía, hoteles y glamur. En 1998 se interpretó a sí mismo en la película Muertos de risa. Reapareció estruendosamente en la pequeña pantalla en el 2006, en Supervivientes (Telecinco), con el cráneo rapado a lo Marlon Brando de Apocalypse Now. Desde entonces colaboraba en diversos programas –como Aquí la Tierra y Hora punta (La 1)– o en retransmisiones de la gala del Festival de Eurovisión con dosis de un lúcido e incisivo sarcasmo que le salía de debajo del bigote y que se quedaba a un milímetro del cinismo gracias al salvífico sentido del humor de hombre que lo ha visto todo bajo los focos.
De sí mismo dijo “soy hombre de pocas palabras y también hombre de una sola palabra: hablo muy poco y cuando prometo una cosa, la cumplo. Soy introvertido, reconcentrado y tímido”.
Totalmente de acuerdo, José María, que diría el otro.
Se nos ha ido el maestro de presentadores y de entrevistadores, estrella del periodismo televisivo español, y ya nada será igual.