Dándole vueltas a la ruleta
EL 24 de enero de 2016 Carles Puigdemont concedía su primera entrevista a La Vanguardia donde decía: “Soy un presidente no previsto. No me gustaría que el próximo presidente sea designado de la forma como se me ha elegido a mí. Mi paso circunstancial por la presidencia no puede hipotecar la manera como la Convergència del futuro debe encarar la elección de sus candidatos a la Generalitat”. Sin embargo, de la misma manera que Puigdemont fue propuesto por Artur Mas para sucederle cuando la CUP se negó a votarle, ahora es él quien está dándole vueltas a la ruleta para designar un candidato, cuando definitivamente no pueda ser investido antes del día 14. Porque resulta evidente que el Tribunal Constitucional recurrirá la ley de Presidència y el presidente del Parlament se negará a desobedecer a la alta instancia. ¿Y entonces qué? La intención de Puigdemont, como ayer explicaba Lola García en el diario, es poner a un presidente títere (no quemará a Elsa Artadi) hasta que convoque elecciones en otoño coincidiendo con el juicio en el Tribunal Supremo por el 1-O. Se trata pues de designar un encargado más que a una figura con futuro, que se desgaste en este nuevo pulso con el Estado, a la espera que Puigdemont pueda volver a encabezar una lista electoral en una atmósfera exaltada.
John Kenneth Galbraith en su Carta al presidente Kennedy se quejaba de que “la política no es el arte de lo posible; es elegir entre lo desastroso y lo insufrible.” Y hacia aquí nos dirigimos, cargados de emociones, banderas y eslogans. La política de la tensión desgasta, estresa y nos debilita como país, pero en ella estamos instalados. E incluso mucha gente lo encuentra un escenario razonable, lo que aún debería preocuparnos más. La sensación es que hemos emprendido un viaje a ninguna parte y no hay manera de bajarse del tren bala.
O frenamos o volveremos a estrellarnos. Pero nadie se atreve a advertírselo al maquinista.