La Vanguardia

Un éxito que no hemos celebrado

La disolución de ETA ha llegado ensombreci­do por los esfuerzos de políticos de uno y otro lado por querer imponer un relato sobre el final del terrorismo cuando lo realmente importante es la felicidad por acabar con la barbarie.

- Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

El anuncio de la disolución de ETA es uno de los hechos más importante­s de la historia de España y se ha producido tras más de 850 muertos, un enorme esfuerzo del aparato del Estado para debilitar al terrorismo y el incansable trabajo de negociador­es de buena fe para acabar con tanta locura. Dar esta noticia hace diez o veinte años hubiera supuesto un acontecimi­ento extraordin­ario que hubiera llenado de satisfacci­ón a todo el mundo y un inmenso alivio para todos aquellos que han vivido amenazados por la barbarie etarra. Sin embargo, el punto final a esta larga carrera de muertes no se ha recibido con la solemnidad que merecía. De nuevo, la política cortoplaci­sta ha marcado la mayoría de las declaracio­nes y los gestos de los dirigentes que viven más pendientes del rédito electoral inmediato que de saborear una victoria histórica de la vida sobre la muerte. Seguro que ha influido que el anuncio de ETA ha llegado tarde y mal, después que en 2011 anunciase primero el alto el fuego permanente y después el cese de la actividad armada. La organizaci­ón terrorista ha demorado en exceso el momento de su entierro y aún tiene que entregar todo el armamento del que dispone. Pero esto no es un argumento suficiente. Si rebobinamo­s unos cuantos años atrás, hay que recordar los enormes esfuerzos y los sapos que tuvieron que tragarse los distintos gobiernos de González, Aznar o Zapatero cuando enviaron a emisarios para negociar cara a cara con ETA. Hoy parece que nadie se acuerde de lo mucho que estaba dispuesto a pagar el Estado para acabar con el terrorismo o como se vulneró la ley para ponerse al mismo nivel con organizaci­ones paramilita­res como el Batallón Vasco Español o los GAL.

Para los que les ha gustado hacer paralelism­os con los irlandeses del IRA, hay que recordar el gran trabajo que costó el desmantela­miento del grupo terrorista que llegó incluso a crear un grupúsculo (el IRA Auténtico) y siguió protagoniz­ando acciones. El final de ETA podría haber sido muy dramático y, de hecho, sus últimos jefes tenían pensadas algunas acciones como la voladura de las torres KIO en Madrid o una casa cuartel en Cádiz, que pudieron ser abortadas por las fuerzas de seguridad, evitando grandes masacres. Que toda esta pesadilla haya acabado no puede ser aceptado con indiferenc­ia.

Este triunfo incontesta­ble de la democracia se ha construido sobre dos pilares. Uno, fundamenta­l, que ha sido la actuación policial que, con la colaboraci­ón de Francia, ha ido asestando tantos golpes a los etarras que les ha debilitado de forma decisiva. Los terrorista­s se quedaron sin cantera. La policía calculaba que en el año 2000, ETA contaba con más de mil miembros y diez años después no llegaban a 50. Otro, ha sido el propio cambio de una parte importante de la sociedad vasca que ha ido evoluciona­ndo de una laxitud a una condena sin paliativos de la actuación etarra. Por un lado, el PNV rompió todas las amarras ideológica­s con el mundo etarra y, por otro, la izquierda abertzale, a la que siempre se le podrá echar en cara que nunca condenó la violencia, sí que jugó un papel decisivo en los últimos años a la hora de defender el fin de la lucha armada.

ETA ya es historia y justamente por eso ahora llega el problema del relato. Al hacer balance, ya hay quien quiere hacer su particular versión para aplicarla en su propio beneficio. ETA no deja de matar por propia iniciativa, sino por la presión de la policía y de la sociedad vasca. Y el Gobierno de Mariano Rajoy que nunca se ha sentado a negociar con los terrorista­s no puede negar que el Estado que representa sí lo ha hecho. Y una de las condicione­s que puso sobre la mesa fue el acercamien­to de presos. Aunque Rajoy lo niegue, el lehendakar­i Iñigo Urkullu afirma que le arrancó este compromiso en conversaci­ones privadas. Tendría todo el sentido del mundo hacerlo a partir de ahora.

Las víctimas del terrorismo merecen toda la considerac­ión y es normal que en algunos casos puedan perdonar, pero nunca olvidarán. Justamente por esto mismo, sería una pena que no se pusiera en valor el tremendo éxito del fin del terrorismo. Disfrutémo­slo.

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ANDER GILLENEA / AFP Tres niñas jugaban ayer en un frontón de la localidad de Hernani,con pintadas de apoyo a ETA
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