Una broma

RECUERDO un chiste de Mingote que decía: “Todos quieren la paz y, para asegurarla, fabrican más armas que nunca”. Haciendo bueno el chascarrillo, Donald Trump se considera merecedor del Nobel de la Paz por sentarse a la mesa con el presidente de Corea del Norte, Kim Jong Un, y lo empieza a verbalizar al mismo tiempo que defiende el derecho de los ciudadanos a armarse en la convención de la Asociación Nacional del Rifle. Trump, siempre tan diplomático, vino a decir que si las víctimas francesas o los vigilantes del Bataclan hubieran ido armados, se habrían evitado muchas muertes, lo que ha causado la indignación del Gobierno de Emmanuel Macron, quien hace continuos esfuerzos para mantener una relación privilegiada con el hombre de la salud de hierro, de acuerdo con los informes que él mismo dicta a su médico.

No andan muy finos los jurados de los premios Nobel, así que sólo les falta que le den el de la Paz a Trump, pero ya tienen sobre la mesa una carta pidiendo el galardón para él de un grupo de dieciocho republicanos. El mérito más importante hasta ahora del presidente de Estados Unidos es haber dicho hace seis meses en las Naciones Unidas que Kim Jong Un era un hombre cohete en una misión suicida y que personalmente se iba a encargar de destruir Corea del Norte. Es aquello de si vis pacem, para bellum (frase del escritor romano Vegecio atribuida a Julio César), pero en inglés y a lo bruto.

Ciertamente, si concedieron el Nobel a Kissinger por lograr la paz en Vietnam, se lo pueden dar a Trump por pacificar Corea del Norte. Ya entonces Nixon intentó persuadir a los vietnamitas del norte de que era un loco que podía lanzar una bomba nuclear si continuaban la guerra, ocurrencia que no funcionó. Trump, que no tiene una idea muy precisa de la naturaleza del conflicto coreano, está encantado con la posibilidad de que le premien y que el mundo le reconozca como un estadista.

Como en un chiste de Mingote.