El Kremlin y las ferias
La renovada victoria de Vladímir Putin como presidente de Rusia; y la buena marcha de los congresos que se organizan en Barcelona.
UN mes después de haber ganado con más del 76% de los votos unas elecciones marcadas por la falta de garantías democráticas y de rivales de altura, Vladímir Putin asumió ayer, para los próximos seis años, el cargo de presidente de Rusia. Es la cuarta vez que lo hace desde que llegó al poder en el año 2000.
Con un boato que quería recordar los mejores tiempos imperiales zaristas, Putin juró el cargo con una mano sobre la Constitución en el Gran Palacio del Kremlin rodeado de 6.000 invitados, aunque ello no debería hacerle olvidar las protestas ciudadanas que, si bien minoritarias, se han extendido estos días por numerosas ciudades de la Federación Rusa. Estas manifestaciones han sido convocadas por el activista opositor Alexéi Navalni, que también fue arrestado durante unas horas, y en ellas la policía se ha empleado a fondo y ha detenido a más de 1.600 personas, la mayoría jóvenes, que gritaban: “No es nuestro zar”. Es la otra cara del régimen ruso, que reprime a opositores, arresta a defensores de los derechos humanos y encarcela a colectivos como los homosexuales. La última muestra de la intransigencia del Kremlin ha sido el bloqueo impuesto a la red social Telegram.
Putin tiene el objetivo claro en política exterior de devolver a Rusia un papel protagonista en el mundo. Su presencia es decisiva en el conflicto sirio, ha recuperado fuerza en la carrera armamentista, mantiene el pulso político y económico con Estados Unidos y la Unión Europea entre sanciones por su intervención en Ucrania y ha sido acusada de una oleada de ciberataques a países occidentales, en especial durante la campaña presidencial en Estados Unidos.
En política interior, el principal y no fácil reto del presidente es mejorar el nivel de vida de la población rusa, aunque su política internacional tiene costes económicos y sociales para el ciudadano. Los recursos perdidos durante los años de las reformas aún no han podido ser restituidos, y la caída de los precios de los hidrocarburos ha hecho que Rusia haya tenido problemas para relanzar su economía, que se contrajo en el 2015 y en el 2016 debido a las sanciones y a la devaluación del rublo y que este año podría no crecer más que un 2%.
Putin cuenta con el apoyo del ciudadano de a pie, para quien su presidente ha devuelto al país el orgullo nacional de superpotencia tras los años oscuros que siguieron a la desaparición de la Unión Soviética. La primera medida de Putin tras tomar posesión ha sido proponer que continúe como primer ministro Dimitri Medvédev, hombre fiel del presidente, al que sustituyó en el cargo entre el 2008 y el 2012. Medvédev –muy impopular en ciertos sectores– será ratificado hoy por la Duma, con lo que el tándem que ha dirigido los destinos del país seguirá empuñando el timón. Algunos kremlinólogos especulaban con que Putin optara por una cara nueva para poner en marcha las reformas económicas y recuperar inversión extranjera, pero el presidente ha escogido el continuismo.
Si Putin no introduce reformas en la Constitución, este será su último mandato. Lleva 19 años en el poder y cuando concluya será el líder ruso que habrá estado más años al frente del país desde Stalin. No son pocos los que creen que maniobrará para no tener que dejar el cargo, pero de momento tiene seis años por delante con una confrontación con Occidente, una economía frágil y la incertidumbre de qué herencia dejará.