Alicia Koplowitz
Xavier Albertí dirige en la Sala Gran del teatro la nueva mirada de Josep Maria Miró a nuestra sociedad actual: ‘Temps salvatge’
EMPRESARIA Y COLECCIONISTA
El Museo del Prado expone desde ayer el cuadro Josefa del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, de Federico de Madrazo, adquirido por la empresaria y coleccionista Alicia Koplowitz para donarlo a la pinacoteca por su bicentenario.
El sociólogo Zygmunt Bauman señalaba que la modernidad pretendía ser el periodo de la historia humana en el que, por fin, quedaran atrás los miedos que atenazaban la vida desde tiempos ancestrales. Pero apuntaba que, paradójicamente, el mundo líquido de inicio del siglo XXI, crecientemente desregulado, con la mayoría de los antiguos referentes fuera de combate y con la espada de Damocles de la precariedad planeando sobre casi todos, volvía a ser una época de miedo. Un miedo también líquido, indefinido, con amenazas difusas y, como corresponde, con sus chivos expiatorios. Como los emigrantes. Y algo de ese miedo líquido corre por las venas de la obra que estrena este jueves el Teatre Nacional en Catalunya en su Sala Gran: Temps salvatge, de Josep Maria Miró (Vic, 1977), en la que hay tráfico de emigrantes, suicidios, violaciones y miedo. Y en la que, desvela el director de la obra y del TNC, Xavier Albertí, se plantea de manera desnuda el caso y el debate que vive hoy la sociedad española con el caso de La Manada.
Una obra ambientada en una plácida localidad fronteriza, en una comunidad de vecinos “perfectamente civilizada, educada y ordenada como nosotros”, señala Miró –uno de los dramaturgos catalanes con mayor proyección internacional, autor de El principi d’Arquimedes–, en la que no todo es lo que parece. Y en la que la vecina emigración ilegal que atraviesa la frontera y unas pintadas amenazantes desencadenan un estado de inquietud que “conmociona a la población, que comienza a configurar un enemigo sin tener muy claro quién es”, apunta. Y dice que la obra aborda cómo las colectividades “configuran un yo y un nosotros a través de la construcción de otros” y “apela a la necesidad de comunidades e individuos de encontrar instrumentos éticos para vivir y para convivir”.
Una obra coral, con diez intérpretes entre los que figuran Carme Elias, Eduard Farelo, Manel Barceló y Míriam Iscla como vecinos de cuatro apartamentos de un peculiar edificio: la caja escénica aprovecha hasta el último rincón de la Sala Gran y ha habido días con hasta 40 operarios montando la escenografía. Un mundo en el que bajo la aparente placidez hay mucha corriente de fondo. Las conversaciones vecinales se solapan y mezclan y saltan en el tiempo en una historia en la que, explica Albertí, “todo está muy centrado en la anagnórisis, en la revelación de un suceso de hace 17 años, cuando la hija de Mercè (Elias) marchó embarazada”. “Ahora vuelve la nieta de Mercè, Ivana, porque su madre se ha suicidado”, un suicidio relacionado, dice el director, “con todo lo escondido por la comunidad”.
En ese sentido, el director revela que para Miró uno de los motores de la escritura de Temps salvatge fueron los sucesos de fin de año en Colonia en el 2015 cuando “se produjeron violaciones y la policía hizo detenciones en la comunidad de emigrantes y refugiados. En las pesquisas se descubrió que no eran los responsables, pero aun así al año siguiente la policía alemana detuvo preventivamente a inmigrantes y refugiados para que no se produjeran unos hechos que no eran su responsabilidad”. Y eso, concluye, “habla de algo esencial de la obra, del miedo a asumir la mierda que tenemos dentro y lo fácil que es proyectarla a un responsable externo”.
Para Albertí, “la obra habla del miedo a asumir la mierda que tenemos dentro y de lo fácil que es proyectarla”