Chiísmo libanés
Pese a su caída electoral, Hariri podría repetir como premier
Líbano bascula un poco más hacia Siria e Irán tras las elecciones del pasado domingo, en las que el bloque articulado alrededor de Hizbulah parece haber logrado la mayoría de los escaños, aunque aún no hay resultados oficiales.
El Líbano vuelve a bascular hacia Siria e Irán tras las elecciones del pasado domingo, en las que el bloque de Hizbulah habría logrado el mayor número de escaños y poder de veto en la Cámara. Pese a ello, el bloque contrario, vertebrado por la Corriente del Futuro, podría volver a colocar a Saad Hariri como primer ministro, en tanto que primera fuerza suní.
Aunque anoche aún no se habían difundido los resultados oficiales, Hariri ha admitido ya la pérdida “de un tercio de representantes”, quedándose con apenas 21 escaños de los 33 que tenía. El honor de ser la formación más nutrida de la Asamblea correspondería ahora a un aliado de Hizbulah, el Movimiento Patriótico Libre de los cristianos maronitas, encabezado por el presidente del Parlamento, Michel Aun. Otros diputados suníes, armenios o drusos habrían sido elegidos mediante otros aliados de Hizbulah, así como los también chiíes de Amal.
“Esta es una gran victoria moral y política para la Resistencia”, exclamó ayer Hasan Nasralah, líder carismático de Hizbulah, el Partido de Dios. Resistencia, claro está, a Israel.
El sufragio de los libaneses –el primero que expresan en casi una década– supone un revés para Israel, pero también para Arabia Saudí, Francia y Estados Unidos. Todos ellos apostaban por una victoria de los herederos de la alianza del 14 de Marzo, así llamada por las manifestaciones del 2005 contra el asesinato del primer ministro Rafiq al Hariri –padre de Saad Hariri– en el que se vio la larga mano de Siria. El 14 de Marzo ganó entonces la partida.
Sin embargo, el triunfo en escaños se atribuía ayer a su némesis, los epígonos de la prosiria Alianza del 8 de Marzo. Este bloque, articulado por Hizbulah, de hecho ya recuperó el gobierno del Líbano en junio del 2011, pero Siria no tuvo ni tiempo de saborearlo, puesto que aquel mismo verano experimentaría el inicio de su propia guerra civil. Veintidós meses después, Hariri volvía a ser instalado en Beirut.
Anteayer, los electores del Líbano –país roído por la corrupción, con un paro juvenil atroz y pésimos servicios– censuraron su legado y el de sus patrocinadores saudíes. El fallido envite salafista en Siria ha arrojado al precario Líbano un millón de refugiados. La coexistencia de sus dieciséis confesiones religiosas tolera mal la polarización entre el eje suní y el eje chií desatada tras las catastróficas intervenciones extranjeras en el vecindario. Cabe recordar que, hace cuarenta años, antes de la Revolución Iraní, los chiíes eran ninguneados en el Líbano. Mientras que ahora la milicia de Hizbulah es vista, no sólo por los chiíes, como clave en la defensa del país.
Al ministro israelí de Educación corresponde la reacción más airada al veredicto popular: “A partir de ahora Israel no debe distinguir entre Hizbulah y el Líbano en caso de guerra. Son lo mismo”. Palabras gruesas, cuando Tel-Aviv se prepara para las represalias de Teherán por sus bombardeos contra unidades iraníes en Siria. Otro ministro israelí llegaba a amenazar ayer con asesinar a Bashar el Asad si Irán ataca a Israel desde su territorio.
Sólo uno de cada dos libaneses votó el domingo. Y sólo dos candidatas anticorrupción podrían haber logrado escaño, en Beirut. Tantas como yernos del presidente Aun con acta de diputado.
Los protegidos de Damasco y Teherán se imponen a los de Arabia Saudí y Occidente