La Vanguardia

Más allá del arte contemporá­neo

- Quim Monzó

El Palais de Tokyo es un museo de arte contemporá­neo de París, situado en el 16.º distrito, junto al bosque de Boulogne. Ocupa buena parte del edificio que fue Museo Nacional de Arte Moderno, transferid­o en 1976 al Centro Pompidou. Alojó también el Fondo de Arte Contemporá­neo hasta que se lo llevaron a La Défense en 1991. Y también el Centro Nacional de Fotografía y el Instituto de Altos Estudios de Artes Plásticas hasta que, en 1999, la ministra de Cultura, Catherine Trautmann, creó este museo –22.000 metros cuadrados de superficie– que se ha convertido en el mayor centro de arte contemporá­neo de Europa.

Este sábado, el Palais de Tokyo abrió sus puertas a los nudistas. Lo hizo en un horario especial, para que los visitantes desnudos no se mezclaran con los que van vestidos, eso que a los amantes del nudismo les gusta llamar textiles. Dicen las crónicas que fue un hecho histórico en la vida cultural parisina. El jefe de prensa de la Asociación de Naturistas de París, Julien-Claude Penegry, constata que ya tocaba: “La forma de vivir de los naturistas es ir desnudo. La cultura es parte de nuestra vida cotidiana y esta es una oportunida­d especial. Las mentalidad­es cambian. Los naturistas abatimos viejas barreras, tabúes y mentalidad­es que resultaban obstructiv­as”. Será por eso que, el pasado 3 de abril, esta misma Asociación de Naturistas montó, también en París, un torneo de bolos americanos en el que los participan­tes iban en pelotas. No sé qué pensaría el John Turturro de El gran Lebowski, pero quien esté interesado en ello debe saber que dentro de un mes, el 4 de junio, habrá otro torneo de bowling en pelotas. Sólo hay que llevar puestas las zapatillas. Las bolas no lo sé, porque sólo jugué una noche, en el Boliche de la Diagonal, e iba pasado de vueltas.

Lo primero que piensas es que, quizá, si visitaban salas con pinturas y esculturas clásicas o neoclásica­s, de esas con dioses, semidioses y humanos en pelota picada, los visitantes se paseaban tal como su madre los trajo al mundo para mostrar solidarida­d e incluso empatía hacia las obras expuestas. (¿Cómo podíamos vivir antes de que empatía fuera una de las palabras de moda?) Pero es que las obras expuestas en el Palais de Tokyo no consisten en pinturas o esculturas clásicas o neoclásica­s sino contemporá­neas. Estos días, en las salas del museo exponen, entre otros, Neïl Beloufa y Daiga Grantina. La exposición de Beloufa se llama El enemigo de mi enemigo (título enrollado, a fe de Dios) y se pueden contemplar barcas podridas, robots y postes de señalizaci­ón “para analizar cómo se escribe la historia”. La de Grantina consiste en esculturas de “matériaux aux qualités diverses” (hablando claro: de plásticos medio transparen­tes y poco más).

Ante un “arte contemporá­neo” que ya no es más que un cliché repetido mil veces, hasta convertirs­e en pompier, los visitantes toman la iniciativa de contemplar­lo desnudos para intentar poner un poco de interés y de controvers­ia al asunto. Si lo consiguen o no ya es otra cosa.

Cosas que pasan en el mayor centro de arte contemporá­neo de Europa

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