Adiós, UKIP
Acaban de celebrarse unas elecciones locales parciales en Gran Bretaña. El partido UKIP, el que provocó el referéndum para que aquel país saliera de la Unión Europea, prácticamente ha desaparecido. Hoy, Inglaterra vive los problemas del Brexit y no confía en el partido que lo provocó y en quien, en su momento, le hizo confianza. ¡Realmente, insólito! Los electores no parecen, en Inglaterra, tener mucha constancia en sus decisiones. En un momento concreto quisieron demostrar que estaban enfadados y la Unión Europea pagó las consecuencias; ahora, por lo que parece, ¡con quien están enfadados es con los que antes se aprovecharon de su enfado!
Este episodio resulta bastante aleccionador. Muy a menudo, la voluntad de los electores se deja seducir por tentaciones coyunturales, poco reflexivas e incluso contrarias a sus propios intereses. Cuando se trata de decir sí o no, a menudo el sentido del voto se manifiesta más por oposición que por afirmación; es un voto contra algo o alguien; un voto irritado que menosprecia la problemática sobre la que se pronuncia. Y, así, manifestada la protesta, se abandona a los profetas que la predicaban porque, en el fondo, nunca se ha confiado en ellos.
Ciertamente, no cabe sacar conclusiones muy generales; toda comparación frívola puede resultar odiosa. Pero el hecho cierto es que la Unión Europea se ha constituido en una referencia fácil como depositaria de las insatisfacciones de muchos ciudadanos de los estados miembros. Las dificultades vividas se presentan como el resultado de las políticas de Bruselas. Sea la cohesión social, sea la política migratoria, sea el crecimiento o el bienestar, resulta fácil acusar a la Unión como responsable. Hoy, muchos referéndums sobre la continuidad del proyecto europeísta podrían tener consecuencias muy negativas. Y se diría que no por convicción, sino que así se expresaría la insatisfacción social ante la coyuntura que se vive en muchos países europeos.
Este comportamiento dice muy poco a favor de los hábitos democráticos de nuestra sociedad. Todo es volátil; todo es moda. Incluso, las ideas y las convicciones más profundas se banalizan al servicio del coyunturalismo. De hecho, todo tiende a la simplificación que el lenguaje de la red impone. No es solamente la posverdad lo que se debate; es la necesidad de construir referencias que asocien a la gente a proyectos críticos liberados de cualquier responsabilidad sobre cómo asegurar su viabilidad. Si el UKIP, en Inglaterra, daba una posibilidad de protestar contra una pieza esencial del sistema, valía la pena aprovecharlo. Una vez dicho esto, otros UKIPS son llamados a continuar la fabricación de otras protestas. ¡Y el UKIP que se guarde!
Todo va muy rápido. Una nueva realidad está emergiendo. Y en esta fase todo está por hacer y todo está por definir. Pero habrá que poner atención en quien se confía para conducir esta nueva etapa. En el UKIP ya queda claro que no, pero ¿y si ha contaminado el paisaje? Este es un riesgo muy grave. Si para mantenerse hay que aprovecharse de las cenizas del fuego que otros han encendido, iremos mal. Siempre hay un terreno abonado para los UKIPS de turno y para sus herederos. El Brexit tiene y tendrá un coste; hay que cargarlo todo entero a los electores que hicieron caso al UKIP. Derrotar este partido no se hace asumiendo parte de su mensaje; conviene tener el coraje de combatirlo para no continuarlo.
Nunca nada es tan sencillo como un sí o como un no. El Brexit, como ejemplo.
Habrá que poner atención en quien se confía para conducir esta nueva etapa; en el UKIP ya queda claro que no, pero ¿y si ha contaminado el paisaje? Este es un riesgo muy grave