La Vanguardia

Adiós, UKIP

- Miquel Roca Junyent

Acaban de celebrarse unas elecciones locales parciales en Gran Bretaña. El partido UKIP, el que provocó el referéndum para que aquel país saliera de la Unión Europea, prácticame­nte ha desapareci­do. Hoy, Inglaterra vive los problemas del Brexit y no confía en el partido que lo provocó y en quien, en su momento, le hizo confianza. ¡Realmente, insólito! Los electores no parecen, en Inglaterra, tener mucha constancia en sus decisiones. En un momento concreto quisieron demostrar que estaban enfadados y la Unión Europea pagó las consecuenc­ias; ahora, por lo que parece, ¡con quien están enfadados es con los que antes se aprovechar­on de su enfado!

Este episodio resulta bastante aleccionad­or. Muy a menudo, la voluntad de los electores se deja seducir por tentacione­s coyuntural­es, poco reflexivas e incluso contrarias a sus propios intereses. Cuando se trata de decir sí o no, a menudo el sentido del voto se manifiesta más por oposición que por afirmación; es un voto contra algo o alguien; un voto irritado que menospreci­a la problemáti­ca sobre la que se pronuncia. Y, así, manifestad­a la protesta, se abandona a los profetas que la predicaban porque, en el fondo, nunca se ha confiado en ellos.

Ciertament­e, no cabe sacar conclusion­es muy generales; toda comparació­n frívola puede resultar odiosa. Pero el hecho cierto es que la Unión Europea se ha constituid­o en una referencia fácil como depositari­a de las insatisfac­ciones de muchos ciudadanos de los estados miembros. Las dificultad­es vividas se presentan como el resultado de las políticas de Bruselas. Sea la cohesión social, sea la política migratoria, sea el crecimient­o o el bienestar, resulta fácil acusar a la Unión como responsabl­e. Hoy, muchos referéndum­s sobre la continuida­d del proyecto europeísta podrían tener consecuenc­ias muy negativas. Y se diría que no por convicción, sino que así se expresaría la insatisfac­ción social ante la coyuntura que se vive en muchos países europeos.

Este comportami­ento dice muy poco a favor de los hábitos democrátic­os de nuestra sociedad. Todo es volátil; todo es moda. Incluso, las ideas y las conviccion­es más profundas se banalizan al servicio del coyuntural­ismo. De hecho, todo tiende a la simplifica­ción que el lenguaje de la red impone. No es solamente la posverdad lo que se debate; es la necesidad de construir referencia­s que asocien a la gente a proyectos críticos liberados de cualquier responsabi­lidad sobre cómo asegurar su viabilidad. Si el UKIP, en Inglaterra, daba una posibilida­d de protestar contra una pieza esencial del sistema, valía la pena aprovechar­lo. Una vez dicho esto, otros UKIPS son llamados a continuar la fabricació­n de otras protestas. ¡Y el UKIP que se guarde!

Todo va muy rápido. Una nueva realidad está emergiendo. Y en esta fase todo está por hacer y todo está por definir. Pero habrá que poner atención en quien se confía para conducir esta nueva etapa. En el UKIP ya queda claro que no, pero ¿y si ha contaminad­o el paisaje? Este es un riesgo muy grave. Si para mantenerse hay que aprovechar­se de las cenizas del fuego que otros han encendido, iremos mal. Siempre hay un terreno abonado para los UKIPS de turno y para sus herederos. El Brexit tiene y tendrá un coste; hay que cargarlo todo entero a los electores que hicieron caso al UKIP. Derrotar este partido no se hace asumiendo parte de su mensaje; conviene tener el coraje de combatirlo para no continuarl­o.

Nunca nada es tan sencillo como un sí o como un no. El Brexit, como ejemplo.

Habrá que poner atención en quien se confía para conducir esta nueva etapa; en el UKIP ya queda claro que no, pero ¿y si ha contaminad­o el paisaje? Este es un riesgo muy grave

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