El espíritu de la tribu
El Rangers escocés quiere impedir como sea que sus rivales del Celtic ganen diez ligas seguidas. Y se ha puesto en manos de Steven Gerrard
Cuando el Liverpool visitó el pasado domingo Stamford Bridge, el cántico favorito de la hinchada del Chelsea consistió en recordar a Steven Gerrard que durante los quince años que jugó en Anfield nunca ganó ni tan siquiera una Liga. Sí la Champions, en Estambul, de manera dramática. Pero como bien sabemos los culés, la Liga es mucho más importante que la Champions (al menos eso decimos ahora que las ganamos de manera habitual, cuando yo era joven defendía con pasión en el patio del colegio de la Sagrada Familia de Madrid que la Copa de Ferias o la Recopa eran más meritorias que la Copa de Europa).
Tras concluir su carrera profesional en el Galaxy de Los Ángeles, Stevie regresó a Liverpool como responsable del equipo de menores de dieciocho años, con el propósito de foguearse en el banquillo. Que un día u otro dirigirá a los reds es algo que se da por hecho, como que Xavi se hará cargo del Barça. Aunque ya se sabe que los caminos del Señor pueden ser muy largos y tortuosos.
Gerrard (114 veces internacional inglés) cree que ha llegado su momento de dar el salto, y ganar como entrenador el trofeo que se le escapó jugando. Tras rechazar media docena de ofertas de equipos pequeños (la última de ellas del Milton Keynes Dons), ha aceptado el desafío de entrenar a un histórico como el Glasgow Rangers, en una ciudad donde el fútbol es tribalismo puro (nacionalistas británicos frente a nacionalistas irlandeses y escoceses, monárquicos frente a republicanos, protestantes frente a católicos), y el clima del derbi de la Old Firm es tan tóxico como el del Roma-Lazio o el Boca-River.
Llega al banquillo de Ibrox (cu- ya fachada de ladrillo rojo es un homenaje a la Gran Bretaña industrial) con el Rangers a años luz futbolísticos de su eterno rival, el Celtic, que ya ha ganado su séptima Liga seguida y va camino de hacer el triplete nacional (la Liga y las dos copas) por segundo año consecutivo. Los últimos choques cara a cara se han saldado con goleadas de 5-0 y 4-0 a favor de los verdiblancos en Parkhead y el neutral Hampden Park, y un triunfo por 2-3 a domicilio.
La misión de Gerrard, que ha firmado un contrato por cuatro temporadas, es reducir esa brecha, quedar segundo en la liga por delante de Aberdeen, Hibernians y Hearts, si es posible llevar una de las dos copas a las vitrinas de Ibrox, y avanzar lo más posible en la Liga Europa para recibir dinero de la UEFA. Y por encima de todo, evitar que el eterno rival bata el récord (que comparten ambos) de nueve ligas seguidas. Para ello necesitará comprar jugadores, contando en principio con un presupuesto de entre doce y quince millones de euros. No hay más pasta.
Tras caer en bancarrota y ser liquidado por culpa de la pésima gestión económica de sus dirigentes, al Rangers se le permitió como un homenaje a la nostalgia resurgir de sus cenizas con el mismo nombre y el palmarés intacto, aunque relegado a la cuarta división del fútbol escocés. Ha conseguido regresar a la Premier y conservar el apoyo de sus incondicionales, pero la brecha con el odiado Celtic es enorme. Los católicos facturaron el año pasado más de 100 millones de euros; los protestantes, sólo 35. Los primeros obtuvieron beneficios de 60 millones, los segundos perdieron dinero. Los verdiblancos pagan fichas por valor de 65 millones, los azules, por valor de 22. Con la única posible excepción de la portería (y es discutible), el club de Parkhead es mejor en todas las posiciones.
Parte del morbo del asunto es que Gerrard encontrará en el banquillo del eterno rival a un viejo conocido como Brendan Rodgers, que lo dirigió en su última época en Anfield. En el fútbol escocés todo pasa por el rasero de la política y la religión, y el Celtic prefiere tener técnicos no ingleses (el último fue Tony Mowbray). Gordon Strachan era escocés, John Barnes jamaicano, y tanto Rodgers como Martin O’Neill y Neil Lennon, norirlandeses.
Es de suponer que nadie le ha preguntado a Gerrard por sus posiciones políticas aunque, siendo de Liverpool, no es de suponer que apoye la independencia de Escocia. Tampoco por su religión, aunque su nuevo club no fichó a un católico hasta 1989 (Maurice Johnston). Pero aunque el sectarismo ha quedado matizado en los últimos años, para sortear esos campos de minas tendrá que andar con mucho tino. Paul Gascoigne montó un cirio jugando con la camiseta del Rangers cuando se le ocurrió celebrar un gol haciendo como que tocaba la flauta, como hacen los miembros de la Orden de Orange cuando desfilan en verano por los barrios católicos del Ulster, un símbolo de la vieja supremacía protestante.
La diferencia entre Celtic y Rangers se ha hecho abismal en términos de fichas, ingresos y beneficios