La Vanguardia

Mesas de restaurant­es para desplazar a los manteros

Sube la tensión por el espacio público en el frente marítimo de Barcelona

- LUIS BENVENUTY

Comerciant­es y manteros se disputan ya el espacio público. La presencia de vendedores ambulantes de todo tipo se está disparando en el frente marítimo, y también la tensión. Los restaurado­res de Palau de Mar quieren que la Autoritat Portuària les deje instalar taburetes y mesas en el Moll del Dipòsit, frente a sus negocios, en el mismo lugar donde los manteros ofrecen su mercancía durante todo el día. De este modo pretenden desplazarl­os. Fuentes de la Autoritat Portuaria confirman que ven la medida con buenos ojos, que la estudiarán en cuanto los restaurado­res presenten un proyecto más concreto.

“El año pasado no se ponían hasta las nueve de la noche, hasta que se marchaban los Mossos d’Esquadra –explica Carlos Manresa, portavoz de los restaurado­res del lugar–. Pero esta temporada los tenemos enfrente desde media mañana. Hace mucho que apenas vemos ni guardias urbanos ni mossos. Aquí sólo ves policías portuarios, pero no son suficiente­s. No se nos ocurre otra solución. Si ponemos mesas no podrán ponerse. Tenemos que ocupar su espacio. Porque los hoteles ya no nos envían gente. Nuestra recaudació­n ha caído más de un 30%. A la gente dispuesta a gastarse cierta cantidad de dinero en cenar no le gustan estos espectácul­os”.

Poco antes de las dos de la tarde unas 60 mantas se suceden ya en el Moll del Dipòsit. Un hombre que con su carrito se abre paso entre los turistas ofrece dátiles a los vendedores. Según el convenio suscrito en el 2014 por la Autoritat Portuària y el Ayuntamien­to, la Guardia Urbana se ha de encargar de la seguridad de esta zona. Pero aquel convenio es hoy día papel mojado.

“Frente a nosotros no se ponen porque no les dejamos –explican los artesanos situados al otro lado, junto al paseo Colom, los de las carpas blancas–. Después de que desapareci­era la policía decidimos enfrentarn­os a ellos. Cuando intentaban ponerse les cortábamos la calle, sacábamos megáfonos, tocábamos silbatos… Una vez incluso les arrojamos agua, pero nunca empleamos la violencia. Ahora saben que no pueden ponerse. A nosotros no nos gusta actuar de este modo, pero no tenemos otro remedio. El Ayuntamien­to no hace su trabajo y prefiere defender a los manteros. Con nosotros no es tan comprensiv­o. De todas formas el mal ya es- tá hecho. Están por todas partes. Hace algunos años aún teníamos buena sintonía con muchos de ellos. Son personas que tratan de buscarse la vida. Pero la situación ya está descontrol­ada”.

Las mantas ya llegan hasta la playa, y no sólo sucediéndo­se junto a las verjas del puerto, ahora también lo hacen por la acera del lado mar del paseo Joan de Borbó. Los manteros dicen que no, que no tienen otro modo de ganarse la vida, que no tienen papeles... “Que persigan a los ricos que fabrican las falsificac­iones –espeta uno–. Todo esto lo compramos en tiendas ¿por qué nos persiguen a nosotros? Nos persiguen porque somos pobres”. Tras los subsaharia­nos que venden zapatillas, camisetas y bolsos llegaron los pakistaníe­s que ofrecen imanes a un euro, platos decorados con bailarinas de faralaes y tazas de corte gaudiniano, y también algunos viajeros con aires hippies procedente­s del centro de Europa y camino de Eivissa cargados de baratijas... Hablamos de unos 320 puntos de venta que ocupan un promedio de algo más de seis metros cuadrados cada uno, que se extienden sobre más de 2.000 m2. Una mujer ofrece a todos los vendedores fiambreras de arroz, una octogenari­a vende plátanos sueltos, uno le da unas monedas a otro que le guardó el sitio con una manta desnuda dispuesta sobre el asfalto al estilo de las playas de Benidorm. Los parterres se convierten en merenderos. El gran zoco es ya una pequeña ciudad. Necesita retretes portátiles.

“En marzo tuvimos que trasladar los dos puestos de helados que teníamos en el paseo Joan de Borbó –explica Jorge Álvarez, responsabl­e de Carros 2000, empresa que cuenta con 22 puntos de venta de helados y gofres entre el World Trade Center y la Barcelonet­a–. Los manteros los rodeaban, los aislaban... y la gente no se pone a dar saltos, a rodear gafas de sol para comprar un helado. Se lo compra en otro sitio. Las ventas bajaron un 80%. Al final vendíamos más los días de lluvia en los que no venían los manteros que los soleados. A veces hemos tenido algún enfrentami­ento. Hace años, cuando eran muchos menos, llegábamos a entenderno­s, pero ahora que son tantos no podemos hacer nada ante ellos... Ahora ellos mismos nos dicen que llamemos a la policía. La policía portuaria hace un gran esfuerzo, pero no tiene medios. Necesitamo­s una mayor presencia policial. En estos momentos vivimos una situación dramática. Es un problema de superviven­cia empresaria­l. Tenemos unos 50 empleados fijos. De todas formas vamos a contratar unas 35 personas para el verano”.

ARTESANOS EN PIE DE GUERRA “Si se ponen frente a nuestros puestos, sacamos megáfonos y silbatos”

PUESTOS DE GOFRES AISLADOS “Nadie quiere ponerse a dar saltos entre gafas de sol para comprarse un helado”

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MANÉ ESPINOSA Los vendedores ambulantes despliegan sus mantas frente a los restaurant­es de Palau de Mar
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MANÉ ESPINOSA Los puestos de helados también lamentan el bajón de su recaudació­n

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