La Vanguardia

El margen de los cien días

- Màrius Carol DIRECTOR

NO hay demasiados motivos para ser optimistas ante las perspectiv­as que se abren en Catalunya. Las críticas contra el presidente Quim Torra se suceden desde el momento en que se conoció su nombre, no sólo desde el mundo constituci­onalista (de Albert Rivera a Pedro Sánchez), sino también desde el universo independen­tista (de Joan Tardà a Lluc Salellas). E incluso la alcaldesa Ada Colau, que podría ser un elemento de frontera entre los dos bloques en que se mueve la política catalana, fue rotunda tras su discurso de investidur­a: “Seamos de izquierdas o derechas no podemos aceptar visiones del nacionalis­mo más excluyente que nunca ha sido la imagen de Catalunya”. Es indudable que algunos de sus tuits –escritos con la rapidez de las emociones– y algunos de sus artículos –redactados con la calma del raciocinio– acumulados con el tiempo son impropios de alguien que quiere representa­r a una sociedad que es diversa, mestiza y plural.

Carles Puigdemont no nos ha aclarado cómo llevó a cabo el casting, aunque es posible que haya primado la lealtad a su persona a la fidelidad a todo un país. Aun así, estamos obligados a dar a Torra el margen de cien días que merece todo gobernante. Sus primeros pasos desconcier­tan más que invitan a la esperanza. Esa voluntad vicaria con respecto al político de Berlín, en un momento en que se necesita más que nunca la audacia del mando, no hace presumir nada bueno. Pero, como dice un refrán castellano, “aún no ensillamos y ya cabalgamos”. Es decir, démosle tiempo, antes de juzgarlo. Aunque sólo sea para poder decir como Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas: “O bien el pozo era muy profundo o bien ella cayó muy despacio, pues dispuso de mucho tiempo mientras bajaba para mirar a su alrededor y preguntars­e qué sucedería a continuaci­ón”.

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