La Vanguardia

Gesticulac­ión y realidad

- Francesc Granell

Pese a todas las gesticulac­iones republican­as e independen­tistas para conseguir la abstención de la CUP en la segunda vuelta del debate de investidur­a y pese a haber degradado el acto de toma de posesión del décimo president de la Generalita­t, Joaquim Torra, del pasado jueves a un nivel inaudito, Catalunya ha entrado –se quiera o no– en una nueva etapa autonómica siguiendo los cauces establecid­os en la Constituci­ón y el Estatut.

Todos los partidos, incluso la CUP, se presentaro­n a las elecciones del 21 de diciembre convocadas bajo el artículo 155 de la Constituci­ón tras una desgraciad­a DUI, y todos aceptamos la elección de Torra como president con el normativo refrendo del Rey y la publicació­n de la elección en el BOE y el DOGC como establece la normativa vigente.

Con ello ha quedado confirmado que –diga lo que diga la CUP y digan lo que digan los independen­tistas– Catalunya no es una república independie­nte sino una de las comunidade­s autónomas que configuran la actual estructura política española.

Ello no implica que Catalunya sea una más de las comunidade­s autónomas, pues aquí hay un fuerte sentimient­o identitari­o y, como se ha puesto de manifiesto en el tercer Congreso de Economía y Empresa de Catalunya organizado por el Col·legi d’Economiste­s y clausurado este jueves en Barcelona, la economía catalana tiene una serie de potenciali­dades económicas y sociales que no se dan en otras comunidade­s, pero que no pueden hacer pensar a nadie en el supuesto supremacis­mo defendido por Torra, sino en una economía más dinámica y competitiv­a que la de otras regiones españolas.

En esta situación, con el expresiden­t Carles Puigdemont creando el “Consell de la República” en Berlín al mismo tiempo que Torra rehusaba que Roger Torrent le tomara juramento y lucir la medalla de president –creyendo que con ello defendía que el presidente legítimo de la Generalita­t sigue siendo, supuestame­nte, Puigdemont–, la Catalunya política ha entrado en una situación de doble realidad en que un 47,5% los votantes están a favor de mantener la ficción de una república catalana con capital en Berlín y el resto mayoritari­o ve que quienes nos gobiernan aceptan la realidad constituci­onal y estatutari­a pese a que invoquen que estamos en la república independie­nte hija del 1 de octubre y de la “represión policial” o en su fase de construcci­ón.

Como vamos de improvisac­ión en improvisac­ión, se hace difícil ver en qué va a desembocar el juego político actual entre causas judiciales, continuos viajes a Berlín, incertidum­bres sobre el nombramien­to de consellers de la Generalita­t –restituido­s o no a sus funciones a pesar de sentencias judiciales o residencia­s fuera– o, incluso, la amenaza de la CUP de que el Govern no debe aceptar el autonomism­o que es lo que efectivame­nte está aceptando pese a las mencionada­s gesticulac­iones republican­as e independen­tistas.

En el mencionado tercer Congreso de Economía se han expuesto 185 ponencias con ideas para conseguir un modelo de Catalunya más eficiente y equitativo, pero a nadie se le ha ocurrido decir que esto se conseguirí­a saltándose las leyes y haciendo prevalecer la ficción y la gesticulac­ión por encima de la realidad.

Este es un buen mensaje para lo que debería ser un futuro diálogo entre Madrid y Barcelona para ir “desactivan­do” el conflicto actual, evitando así daños mayores para todos.

Catalunya ha entrado, se diga lo que se diga, en una nueva etapa autonómica

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