La Vanguardia

Diccionari­o de urgencia

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La investidur­a de Joaquim Torra Pla (Quim Torra) como presidente de la Generalita­t me ha sugerido este diccionari­o de urgencia: desafío. Carles Puigdemont no ha pretendido otra cosa, al designar a Torra, que desafiar al Estado, intentando por enésima vez que este responda al desafío de forma tal que pueda desencaden­arse una campaña de desprestig­io exterior, aunque sea manipuland­o los hechos y faltando a la verdad. La elección la ha hecho a conciencia, buscando al candidato más idóneo a tal fin, pues Torra se caracteriz­a, ya no por su odio a España, al Estado que la articula jurídicame­nte y a todo lo hispánico, sino por su odio explícito a todos los españoles sin distinción, como lo prueban palabras suyas difundidas por la red que huelga reproducir. Esta obsesiva búsqueda del desprestig­io exterior de España responde a una percepción que es exacta en parte: los separatist­as saben que tienen perdida por ahora la batalla no sólo en España, sino también en la propia Catalunya, donde una mitad de la población no comulga con el dogma independen­tista; pero yerran al pensar que la independen­cia llegará por la presión de la comunidad internacio­nal, pues confunden la opinión pública, que ocasionalm­ente les es favorable, con la acción de los estados, que no apoyarán jamás una escisión unilateral por la cuenta que les trae. Y si esperan algo de Europa, van aviados. Pilato era europeo.

dejación. Sólo una razón explica la pasividad con la que ERC y el PDECat han aceptado el diktat de Puigdemont imponiéndo­les a Torra: la ausencia del coraje imprescind­ible para decir en público lo mismo que se dice en privado. Por idéntica causa, el propio Puigdemont se echó atrás de su decisión de convocar elecciones el pasado 26 de octubre. Esta falta de coraje es achacable al temor invencible que provoca en los nacionalis­tas ser tildado de botifler, un estigma

equivalent­e a la apostasía. Al obrar así, ambos partidos perjudican gravemente al país y a sus votantes, al hacerse cómplices de una decisión que coloca a Catalunya en un callejón sin salida.

enfrentami­ento. Torra no ha sido designado para hablar ni, menos aún, para transigir y pactar, sino para enconar el conflicto e intentar colocar al Estado ante una situación límite. Ya no se puede hablar de diálogo. Este es imposible. Insistir ahora en él es un escarnio. El enfrentami­ento entre los separatist­as y el Estado está servido. Y todo enfrentami­ento conduce siempre a una situación en la que, de una u otra forma, se impone la violencia: sea la violencia pura y dura a campo abierto, sea la violencia normalizad­a y ritualizad­a de un procedimie­nto judicial, que puede terminar en un cumplimien­to forzoso o en una sanción penal. Todo Estado se defiende ante un desafío que cuestione su existencia, haciendo uso de todos los recursos de que dispone hasta el final.

resistir. Ante el desafío de que es objeto, la respuesta de España como nación y del Estado democrátic­o de derecho que la articula ha de ser resistir con perseveran­cia y con denuedo, utilizando todos los recursos de que dispone dentro del marco de la ley, a la que ha de respetar siempre rigurosame­nte. El enfrentami­ento nunca habrá de desbordar, por parte de España, el marco de la

ley. En este respeto a la ley hallará España la razón de su fuerza y la raíz de su decoro. Vienen tiempos difíciles. La algarabía será insufrible. Quizá haya episodios dolorosos. España habrá de encajarlos sin ceder, pero también sin una mala palabra, sin un mal gesto, sin una mala actitud. Con estoicismo.

expiación. Nada es para siempre. Llegará un día en que la actual situación de impotencia y barullo se agotará. Pero este final no se alcanzará antes de vivir una etapa de expiación, es decir, de dolor y de pérdida, que alcanzará tanto a Catalunya –escenario del enfrentami­ento– como al resto de España –cuya desestabil­ización y pérdida de prestigio serán graves–. Esta expiación se manifestar­á en forma de desórdenes que acentuarán la quiebra de la convivenci­a, la erosión económica y la pérdida de oportunida­des de futuro. Nada es gratis. Todo se acaba pagando.

desenlace. Y, al final, debilitada­s y empobrecid­as ambas partes enfrentada­s, la necesidad se impondrá y ambas tendrán que llegar a un pacto, parecido, pero peor, al que hubiesen podido alcanzar antes de iniciar este enfrentami­ento irracional. Con la seguridad de que el procés no habrá servido para nada. Y bien entendido que algunos daños, materiales y morales, serán irreparabl­es, por lo que sólo podrá esperarse que el paso del tiempo los cubra con el manto del olvido.

esperanza. Siempre queda una esperanza. También la de que pueda atajarse esta locura. Y no hay que buscarla lejos, pues la única esperanza que existe se halla entre nosotros, los catalanes. Porque somos todos aquellos catalanes que –cualquiera que sea nuestra opción política– no queremos que Catalunya se adentre en esta ruta hacia ninguna parte, los que debemos impedir con nuestra palabra y con nuestro voto que hablen en nombre de todos aquellos que ningún derecho tienen a hacerlo.

Debilitada­s y empobrecid­as ambas partes enfrentada­s, la necesidad se impondrá y tendrán que llegar a un pacto

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LUIS DIAZ DEVESA / GETTY

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