El enemigo de mi enemigo
Hace diecisiete años que me fui de Malasia y aún echo de menos el olor de los jardines de Kuala Lumpur al alba y la dulzura de aquel clima caluroso y constante que engaña a los sentidos, como si el tiempo no pasara. Pero apenas había vuelto a pensar en la política del país hasta que, la semana pasada, Mahathir volvió a ganar las elecciones, a sus noventa y dos años, y se convirtió en el gobernante de mayor edad del mundo.
Viví allí cuatro años y medio. Malasia era uno de los pocos países de lo que entonces se llamaba el tercer mundo que había logrado salir de la pobreza y el atraso. Lo debía en gran parte al talento de Mahathir, que era primer ministro desde el 1981. En Kuala Lumpur decían que Malasia era como el Reino Unido pero al revés. En el Reino Unido, el primer ministro cambiaba cada cinco años y la reina era siempre la misma. En Malasia, el rey cambiaba cada cinco años (por rotación entre las nueve familias reales de la confederación) y el primer ministro era siempre Mahathir.
El viejo líder era un padre severo, un líder autoritario, áspero, poco respetuoso con los derechos individuales, pero no había duda de que hacía siempre lo que él creía mejor para Malasia. Además, a diferencia de otros padres severos del siglo pasado –del que tuvimos aquí, por ejemplo–, era un gobernante culto, informado, que leía y hacía leer a sus ministros, con una visión clara de dónde quería conducir el país y con la inteligencia y la capacidad necesarias para hacerlo.
Además, conocía Malasia como nadie y sabía hablar al hombre de la calle –fuera malayo, chino o indio, las tres comunidades que conviven en el país– y mantenía con él una conversación viva, directa. Ocurriera lo que ocurriera, todo el mundo sabía lo que pensaba Mahathir. Unos estaban de acuerdo y otros no, pero él siempre se pronunciaba, a veces en términos muy controvertidos. Era más venerado o temido que amado, pero era difícil no respetarlo.
El viceprimer ministro, Anuar Ibrahim, era otro gigante de la política, un líder carismático, con más empatía, habilísimo. Cuando llegó la devastadora crisis asiática de 1997, Mahathir y Anuar rompieron. Unos dijeron que Anwar tenía prisa por sustituir al primer ministro. Otros, que tenían opiniones encontradas sobre los sectores y grupos económicos que había que proteger de la crisis. El caso es que Mahathir sintió la necesidad de prescindir de Anuar. Como no era fácil, porque Anwar tenía una base política muy sólida, intentó hundirle con la extraña acusación de haber mantenido relaciones sexuales con su conductor y logró que la justicia lo encarcelara, aunque la acusación quedó bastante tocada cuando se supo que el conductor en cuestión, único testigo de los hechos, era miembro del consejo de administración de un par de empresas y que el día de marras el hotel al que se suponía que habían ido aún no estaba inaugurado.
El asunto era tan grotesco y el choque tan estrepitoso que durante semanas en Kuala Lumpur no se hablaba de otra cosa. Mahathir consiguió imponerse. Nombró a otro viceprimer ministro y pasó página. En la cárcel, Anuar montó un partido encabezado formalmente por su mujer y se convirtió en el líder de la oposición. Yo me fui del país convencido de que un día Anwar sería primer ministro.
En el 2003, Mahathir cedió el poder al nuevo viceprimer ministro. Al cabo de cinco años, descontento con su gestión, maniobró para que le sucediera Najib Razak, que había sido ministro de Defensa de su Gobierno. Pero pronto rompió también con Najib, implicado en un escándalo de corrupción por más de 500 millones de euros que hacía pensar en el conocido reproche de un personaje de Gógol: “Robas demasiado para un funcionario de tu categoría”. Asqueado, el viejo león decidió volver a la política activa para echarlo y conseguir que Malasia recuperara la dignidad.
La sorpresa fue que, con este objetivo y en virtud del viejo principio según el cual los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos, Mahathir llegó a un acuerdo con Anuar Ibrahim, que tras un tiempo en libertad volvía a estar en la cárcel por aquel supuesto delito y continuaba siendo el líder de la oposición, y se presentaron juntos a las elecciones.
Y la segunda sorpresa, aún mayor, es que han derrotado a Najib y han llevado a la oposición al poder por primera vez en la historia de la Malasia contemporánea, gracias sobre todo al voto de los jóvenes. Anuar ha sido indultado y Mahathir se ha comprometido a cederle el poder dentro de dos años. Mientras tanto, su mujer será la viceprimera ministra.
¡Las volteretas que da la vida! No me cuesta nada imaginarme la excitación que debe imperar en Kuala Lumpur: ¡Anuar, rehabilitado por Mahathir! Es como si, dentro de quince años, Rajoy se aliara con Puigdemont para desalojar del poder a Dolores de Cospedal. Entonces muchos dudábamos de si Mahathir ganaba una elección tras otra porque el sistema estaba diseñado para favorecerle o si era un candidato imbatible. Ahora ya lo sabemos.
No me cuesta nada imaginar la excitación que debe de imperar en Kuala Lumpur: ¡Anwar, rehabilitado por Mahathir!