Los niños, un colectivo muy vulnerable al engaño
Los niños son el colectivo más receptivo, más entusiasta y más flexible a la hora de interactuar con robots. Es más, están dispuestos a tratar con ellos incluso si se muestran poco amigables o no siguen sus instrucciones, sobre todo los más pequeños (6-7 años), como pone de manifiesto el estudio sobre las reacciones de los niños hacia la personalidad de los robots en función de la edad dirigido por Juan Martínez-Miranda, especialista en IA del Centro de Investigación Científica y Educación Superior de Ensenada (México) y publicado en Computers in
Human Behavior. Pero esta mejor adaptación a la relación con sistemas automáticos también los hace más vulnerables al engaño. “Los niños no diferencian entre realidad y ficción porque se lo creen todo, así que cuanto más reales sean las voces más difícil será que entiendan que no hablan con una persona”, afirma Jordi Vallverdú, especialista en filosofía de la computación en la UAB.
De hecho, algunos expertos advierten que en breve será necesario que los padres, además de enseñar a sus hijos a desconfiar de extraños, deberán instruirlos sobre las voces que llegan por el móvil u otros dispositivos para que distingan entre voces artificiales y voces incorpóreas tras las que sí hay una persona, como cuando hablan con un familiar que vive lejos. “Los niños tiene más capacidad para distinguir las cosas de las que pensamos, pero si el futuro va a estar poblado de voces artificiales efectivamente habrá que educarles para ello”, comenta Miquel Domènec, del departamento de Psicología Social de la UAB y experto en ética de robots sociales. La coordinadora de Humaint, Emilia Gómez, explica
que precisamente uno de los objetivos de este proyecto europeo es analizar los retos que plantea el uso de robots e inteligencia artificial por los niños y cómo puede afectar al desarrollo de sus capacidades cognitivas. La investigadora Carme Torras –que lleva tiempo advirtiendo que si se confía el cuidado de los niños a robots no adquirirán empatía o no aprenderán a negociar, porque el robot jugará siempre a lo que ellos quieran–, opina que si las criaturas no saben quién hay detrás de una voz será más difícil que imaginen que puede haber alguien con sentimientos.