La Vanguardia

Quemar tópicos

- Llucia Ramis Barcelona

A veces damos algo por bueno simplement­e porque no nos corrigen. No sé si sería el caso de la palabra distòpia, en catalán. Hall del CCCB. Dos treintañer­as se cuentan cómo se hacen los moñitos del pelo. Detrás se sienta un cuarentón que lleva el lema “Jedi coach” en la camiseta. El ciclo se titula: Som adults?

Lynne Segal habla de Educar el desig: moments de felicitat compartida. Dice que en la cultura popular hay una clara tendencia a la distopía, de Blade Runner a Los juegos del hambre, pasando

por El cuento de la criada o Matrix. La intérprete lo traduce por “distòpia”, que según el DIEC es la posición anómala de un órgano, de una parte del cuerpo. El diccionari­o del Institut d’Estudis Catalans no recoge el término que hace de contrapunt­o a la utopía. “¿Cuántas posiciones anómalas de un órgano son necesarias para entender que vivimos en una situación frágil y que el enemigo es el populismo de derechas?”, imagino que pregunta Lynne Segal. Si se dice Cleòpatra y pneumònia, quizá distòpia sea correcto.

Son tiempos de incertidum­bre, pero aquí no se acaba el mundo. Sobre todo teniendo en cuenta que nunca hemos sido buenos prediciend­o el futuro, añade Segal: “Los grandes momentos de la historia acaban pillándono­s despreveni­dos”. Los escenarios más duros se han visto interrumpi­dos por momentos de alegría compartida. Ejemplos: mayo del 68 o la llamada huelga de pan y rosas, que en 1912 redujo la jornada laboral de las trabajador­as. La dramaturga Carlota Subirós ha empezado diciendo que no se puede entender el afán utópico sin entender la frustració­n. Para Segal la felicidad se nos vende como un producto, como algo independie­nte a la vida colectiva, cuando no es así. Nacida en Sydney, en los setenta vivió en una comuna al norte de Londres. Allí las madres compartían la crianza de sus hijos. Proyecta una foto de la época. Está fumando, aunque hace unos días le aseguró a su médico que nunca lo había hecho. “Creo que no son drogas”, aclara.

Del no-lugar ideal, o de la sociedad indeseable que no recoge el DIEC, nos trasladamo­s al lugar común. La canción Jenifer, de Els Catarres, dice: “Jo que penso que en Serrat sempre ha estat un traïdor, al meu cotxe només sona Lluís Llach...”. ¿De dónde viene ese tópico? El profesor de Literatura Comparada David Viñas Pibió quer quiso averiguarl­o, porque le incomodaba: los tópicos tienen un fondo de verdad que garantiza que perduren en el tiempo, pero sólo hacen gracia si no nos afectan (a no ser que seamos capaces de reírnos de nosotros mismos). Y cuenta un chiste: dos judíos pasan por delante de una iglesia católica en la que ofrecen veinte euros a cada persona que se convierta. Una semana después, uno le pregunta al otro si esa oferta será verdad. El otro contesta: “Cómo sois los judíos, siempre pensando en dinero”. Ahí va otro: “Mi suegra me trata como Dios, sabe que existo pero no puede verme”.

La suegra está en el público que llena La Central. Eva Piquer, prima del autor, ha recordado que la cultura es lo que queda cuando todo se derrumba y ya no queda nada. Dice que en su casa siempre sonó Llach y Serrat y Aute y Paco Ibáñez, y no quiere elegir. Explica de qué modo la irrupción de Bob Dylan acomplejó primero y estimuló después a los cantautore­s, que desarrolla­ron también una ambición literaria. Habla de la polémica que suscitó el hecho de que le dieran el Nobel. Poco importa que se pusiera el nombre en honor a Dylan Thomas, que sus letras puedan leerse como versos o que autoras como Míriam Cano (que, por cierto, le confesó que iba de oyente a las clases de Viñas) empezara a interesars­e por la poesía tras escuchar a Leonard Cohen y a Dylan.

La cuestión es que Viñas cam- el planteamie­nto con la idea de estudiar qué hace poeta a un cantante, y así surgió Serrat,

Llach i l’efecte Dylan. Un libro que combina maestría, pericia narrativa y nervio de escritura, según la directora de Edicions de la Universita­t de Barcelona, Meritxell Anton. Y que fue el más vendido del sello en Sant Jordi. “He intentado quemar el tópico...”, está diciendo el autor, cuando un chaval lo interrumpe. Es Abel Capdevila, hijo de Piquer. Tiene quince años y es mago. “¿Quemar el tópico?”, pregunta. Abre un ejemplar y de sus páginas salen llamas. Fuego. Gran aplauso.

Y del lugar común pasamos a los lugares de encuentro. Tres autores de :Rata_ se reúnen en el jardín de Casa Usher, donde hay una buganvilia esplendoro­sa y los mosquitos pican a través de las medias espesas. La editora Iolanda Batallé confiesa que este es su segundo hogar y hace tráfico de flores con las libreras. De hecho, le han preparado un brote de geranio supersónic­o a Josep Lluís Badal, flamante ganador del Serra d’Or de Novel·la por Les coses que realment han vist aquests ulls inexistent­s. Por lo visto su salsa de tomate es excepciona­l, pero nada comparable a las tortillas de David Monteagudo, cuya receta ya demuestra en sí misma que es escritor. Él, que fue Jove Talent Fnac con más de cuarenta años, al publicar Fin en Acantilado, se ha consagrado con Hoy he dejado

la fábrica. Los acompaña Natàlia Cerezo, que debutará en el mes de agosto con el libro de cuentos

A les ciutats amagades. Hablan de la felicidad compartida que supone haber encontrado su sitio. Sigo sin saber cómo es distopía en catalán.

Dice Segal que “los grandes momentos de la historia acaban pillándono­s despreveni­dos”

‘Distòpia’ Lynne Segal frente a Carlota Subirós, el lunes en el CCCB. Hablaron de Educar el desig: moments de felicitat compartida y de nuestra tendencia a la distopia...

Tras el bardo Meritxell Anton, editora de Edicions Universita­t de Barcelona, junto a David Vinyals en la presentaci­ón de Serrat, Llach i l’efecte Dylan en La Central.

Jardín Usher Josep Lluís Badal, la editora Yolanda Batallé, Natàlia Cerezo y David Monteagudo, en el fantástico patio de la librería Casa Usher.

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