Intangibles
El edificio, una estructura neoclásica de cemento armado, es de 1952. Está construido por Agromán y firmado por Eugenio Pedro Cendoya Oscoz. Se levantó cuando los bancos dominaban la plaza de Catalunya. Cuando lo tangible mandaba en la economía. Lo importante para una empresa y para un país era tener activos físicos. Cuantos más, mejor. Hoy, en la planta baja de la antes sede del Banco de Bilbao en Barcelona hay una tienda de Zara. Inditex es un ejemplo de éxito fulgurante en el sector de la moda, el fast fashion. Pero es un éxito en transición: los inversores valoran que aumente las ventas por internet, pero creen que todavía tiene demasiadas tiendas físicas.
El resto del edificio, las plantas que la reestructuración bancaria dejó vacías, son propiedad de Amancio Ortega, el accionista de Inditex. Esta semana ha alquilado a Lidl cuatro plantas del edificio. Lidl es un grupo alemán de la distribución alimentaria que ha escogido Barcelona para dirigir su estrategia online en Europa. Hace una semana era un proveedor de Facebook el que anunciaba también el alquiler de varias plantas en la Torre Glòries. El sector inmobiliario da mucho valor a esas implantaciones. Y los grandes despachos profesionales aseguran que seguirán llegando. Dicen que la ciudad tiene la concentración de talento necesaria. Tiene el clima, la cultura y unos costes laborales relativamente más bajos que otras capitales europeas. Habría que hacer las cosas muy mal para romper esa dinámica.
¿Cómo encaja todo eso con la marcha de grandes sedes sociales, bancarias, energéticas, de infraestructuras, iniciada en octubre? ¿Cómo cuadra con ese éxodo que se inició en la década de los 90 motivado por el atractivo fiscal y político de Madrid y que se precipitó brutalmente con la inestabilidad de la crisis catalana?
Es difícil dar una única respuesta. El soberanismo siempre ha rechazado que la marcha de sedes vaya a tener consecuencias. Pero eso no se sostiene. La pérdida de centros de decisión nunca sale gratis. Y en términos de poder económico, la castaña ha sido grande. Hay quien relativiza esa pérdida con el argumento de que en la economía de hoy, tener la sede social en un lugar y la actividad real en otro importa cada vez menos (como en Estados Unidos, donde muchas sedes están en Delaware y los centros productivos en otro sitio). Y también los hay que aducen que los sectores regulados que se van (finanzas, utilities) sufrirán profundas transformaciones que diluirán su peso en la economía. Según como, es un consuelo.
La clave está en saber si la Barcelona de los intangibles (el talento y el conocimiento acumulado), la ciudad de las start-ups, los call centers y los servicios compartidos compensará la pérdida de lo que fueron sus poderes tradicionales. Si será una ciudad mejor en la que encontrar mejores empleos.
Para que esta historia acabe bien, conviene saber que no es bueno fiarse demasiado de los propios méritos. Hace falta algo más. Se llama liderazgo público. Y ahora mismo es lo que más se echa en falta en esta economía en transición que es Barcelona.
Barcelona en tránsito: de los poderes tradicionales a la economía de los intangibles