Cuando el sentimiento de acoso lo invade todo

La matanza escolar de Santa Fe se suma a una larga serie que tuvo en Columbine su matriz original. Muchos de los adolescentes que perpetraron posteriormente un ataque se refieren a él como su fuente de inspiración. Quizás este hecho nos da una pista sobre las claves psicológicas de esta repetición, más allá de la evidente cultura bélica en el caso norteamericano.

¿Qué se repite? El sentimiento de estos chicos de haber sido acosados y humillados. Las imágenes y símbolos nazis. Su pasión por las armas y lo militar. Su presencia en las redes sociales, muchas veces con declaraciones vehementes, alejadas de la discreción que muestran, sin embargo, en su entorno escolar o comunitario. Y, last but not least, la ausencia de toda referencia al otro sexo. Se trata siempre de varones, sin apenas alusión a lo femenino, que brilla por su ausencia. El estado natural de los y las adolescentes es el acoso. Acoso que experimentan, de manera íntima, en su cuerpo por las nuevas exigencias que éste les plantea y que les obliga a domesticarlo con todos los recursos disponibles. Lo tunean, lo marcan, lo adelgazan, lo musculan, lo cortan, lo intoxican. Prácticas que destacan la extrañeza e inquietud que les produce su encuentro con la pubertad.

Cada uno encuentra su fórmula más o menos fallida. Acosar al otro, como chivo expiatorio, es una de ellas. Tan presente hoy en el auge del bullying.

Cuando ese sentimiento de acoso lo invade todo, y los semejantes se presentan como la encarnación misma del odio, su eliminación parece la única salida posible. En esa destrucción ellos mismos, roto ya el vínculo especular, sucumben voluntariamente de manera suicida. Lo que se repite e insiste en todos estos episodios violentos es, pues, la imposibilidad de tratar ese acoso sentido inventando un nuevo lazo con el otro. Un vínculo que no se convierta en algo sacrificial , que no los coloque como humillados o como verdugos.