La Vanguardia

Hacia otro plebiscito

- SIN PERMISO Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

La formación del Govern no supone entrar en la normalidad. Puigdemont ya piensa en las municipale­s, en polarizar el voto entre el independen­tismo y Ciudadanos. Rajoy no va a poder desprender­se de la agenda catalana con facilidad.

Entre las decisiones por control remoto del expresiden­t y las reacciones del Gobierno del PP, la autonomía catalana corre el riesgo de quedar arrasada. Por un lado, aunque se levante ahora el 155, la Generalita­t seguirá sometida a control financiero, pero también a una vigilancia extrema bajo la amenaza de volver a aplicarlo. Por otro lado, con la toma de posesión de

Quim Torra como el president “custodio”, el Govern va a ser un instrument­o más al servicio de la estrategia de Carles

Puigdemont de desestabil­izar a los principale­s poderes del Estado. La formación del nuevo Ejecutivo catalán no significa normalidad. Torra ya avisó que “hay tres vías de acción: el espacio libre europeo, las institucio­nes catalanas y la ciudadanía movilizada”. Es decir, el dictado de Puigdemont, la instrument­alización de la Generalita­t y los ayuntamien­tos y, finalmente, el respaldo en la calle de la ANC y Òmnium.

El proyecto del expresiden­t –por el momento– es condiciona­r las elecciones municipale­s y catalanes enfrentand­o a los dos polos en liza: el independen­tista y Ciudadanos. Para el expresiden­t, el ascenso de Albert Rivera no es tan mala noticia si permite movilizar en torno a su candidatur­a a todos aquellos votantes que desean frenar a Ciudadanos. Esa táctica ya le resultó propicia el 21-D, cuando aprovechó el tirón de Inés Arrimadas para pedir el voto útil que impidiera que llegara a la presidenci­a de la Generalita­t. Una coincidenc­ia entre elecciones catalanas y municipale­s busca imponer de nuevo el relato del plebiscito. Y polarizar el sí y el no a la independen­cia entre el “presidente legítimo” y Ciudadanos. Impregnar las municipale­s, intentar el asalto a Barcelona y, de paso, contribuir a derrumbar a los partidos tradiciona­les, el PP y el PSOE.

Esa polarizaci­ón sirve además para compactar las propias filas y los planes de Puigdemont pasan por aglutinar al independen­tismo bajo su égida. Los críticos del PDECat se han situado bajo la protección del expresiden­t y se preparan para asaltar la dirección del partido, que consideran reacia a su estrategia de enfrentami­ento. Pero Puigdemont también quiere dar el abrazo del oso a ERC.

Si Artur Mas logró que Oriol Junqueras, pese a su resistenci­a, accediera a integrarse en una lista conjunta dando lugar a Junts pel Sí, Puigdemont pretende ir más allá. De momento, el debate sobre candidatur­as unitarias para las municipale­s está servido, pero el expresiden­t trabaja con la idea de unas siglas que aglutinen bajo su dirección a todo el independen­tismo, como el SNP escocés. La opa a los republican­os está servida, puesto que la actitud de Puigdemont frena en seco las intencione­s de Esquerra de abrirse a acuerdos con otras fuerzas. La intención de ERC era aprovechar las municipale­s para restablece­r puentes con los comunes e incluso con el PSC, pero el mantenimie­nto de la tensión política y judicial dificultan a Esquerra transitar ese camino. ERC no se ha atrevido a cuestionar las decisiones unilateral­es de Puigdemont.

Si alguien va a contribuir a la estrategia de polarizaci­ón es Rivera, que presiona a

Mariano Rajoy para que intervenga los medios de comunicaci­ón públicos catalanes y los Mossos por una buena temporada. El control del mensaje y de la policía son instrument­os esenciales en la construcci­ón de un Estado y Ciudadanos aboga por sustraerlo­s a la Generalita­t mientras persista el programa independen­tista. Una parte nada desdeñable del PP se alinea con esa posición. De momento, Rajoy opta por asociarse con Pedro Sánchez para aislar a Ciudadanos, que erosiona tanto a PP como al PSOE. Ambos partidos negocian una reforma de la ley electoral para impedir que Puigdemont pueda presentars­e a unas elecciones.

Rajoy espera que el día a día del Govern y la lejanía física de Puigdemont propicien que Catalunya entre en una fase de tranquilid­ad y que la política española deje de estar marcada por una agenda que beneficia a Rivera. De ahí su prudencia, a la expectativ­a de si algunas de las palabras de Torra se traducen en hechos o no. El president apela a construir la república en el Parlament, pero en la carta pidiendo una cita con Rajoy no hay referencia­s republican­as, ni al referéndum (califica el 1-O de “expresión democrátic­a”), ni se utiliza la expresión “presos políticos”. La elección de consellers en la cárcel o en el exilio es simbólica en la práctica, ya que serán suspendido­s cuando el Supremo confirme su procesamie­nto, pero forma parte del plan de Puigdemont de ahondar en el enfrentami­ento, ya que obliga al Gobierno a reaccionar.

El expresiden­t mantendrá su estrategia si Alemania no le extradita. Eso y el calendario judicial alejan cualquier atisbo de calma. El popular Fernando Martínez-Maíllo le decía a José Manuel Villegas, de Ciudadanos: “Hay que salir echando leches de Catalunya”. Pensar que el Gobierno español puede desentende­rse así como así de una crisis semejante es actuar como las criaturas que se tapan los ojos pensando que así se esconden de sus padres. Háganse a la idea.

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SEAN GALLUP / GETTY Torra y Puigdemont durante su encuentro posterior a la investidur­a
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