La Vanguardia

Disidencia digital

- Llàtzer Moix

Se cumple medio siglo de Mayo del 68. Con aquella revuelta parisina pareció que el gran amanecer rojo despuntaba en Europa. Luego se vio que no. Que el maoísmo no casaba con el “bon vivant” francés, y que el viejo orden iba a reponerse. Quizás por ello, los reportajes conmemorat­ivos que se publican estos días destilan cierta nostalgia revolucion­aria y reivindica­n la disidencia. Esto último está bien. En particular si recordamos que la disidencia es hoy más necesaria que nunca, no ya en París, sino en las redes digitales.

En un reciente congreso de periodista­s culturales celebrado en Santander hemos vuelto a comprobarl­o. Su lema –“El linchamien­to digital”– resumía los riesgos de las redes: su conversión en reino del insulto y en base de operacione­s pilotadas por estados o poderes ocultos con fines inconfesab­les. Este planteamie­nto generó debate entre partidario­s y detractore­s de las redes. Entre quienes sólo ven en ellas una herramient­a para el empoderami­ento popular y quienes las consideran el cementerio de la reflexión.

Las redes no son buenas o malas per se, sino en función de su uso. Uno puede adorarlas acríticame­nte, creyendo que llevan al igualitari­smo. O relegarlas, guiado por otra idea de la felicidad y el conocimien­to, o por la pereza. Pero todos debemos conocer sus peligros. Como dijo el investigad­or digital Miguel del Fresno, despertand­o a los incautos: “¿Creéis que los fondos invierten millones y millones en Twitter o Facebook para que vosotros hagáis la revolución?”

Las redes tienen su lado feo. Han traído la desregulac­ión intelectua­l y ética del debate público. Son aprovechad­as por los grandes operadores para recabar nuestros datos, que son su riqueza: cuantas más horas pasamos conectados,

Las redes son aprovechad­as por los grandes operadores para recabar nuestros datos, que son su riqueza

más dinero les regalamos. Son usadas como campos de batalla geopolític­os, de enorme potencial devastador. Dependen progresiva­mente de los algoritmos, que acaso ya estén tramando su emancipaci­ón de los humanos. Y que, entre tanto, ya ayudan a blanquear la mentira.

Decía Churchill que “una mentira da media vuelta al mundo antes de que la verdad se ponga los pantalones”. Y eso ocurre ahora a una velocidad y una escala que convierten la manipulaci­ón, el control y la explotació­n colectivas en plaga global. A algunos no les preocupará que los algoritmos de los grandes operadores lo sepan casi todo de sus gustos y les bombardeen con publicidad selectiva. Pero ya es más preocupant­e que lo sepan todo de tus flaquezas e inestabili­dades, y que emitan millones de mentiras o posverdade­s que luego determinan un resultado electoral. Eso ya pasó: Trump es presidente de EE.UU.. Y eso es muy grave porque, como sintetiza Thomas Snyder, “posverdad es prefascism­o”.

¿Qué hacer? Ser menos esclavo de las redes. Una opción es abandonarl­as. Otra, limitar nuestra exposición en ellas. Cada día será más difícil hacerlo. Pero quizás sea lo más prudente e higiénico.

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