Neymar: blanco y en botella
Lo supimos desde el principio. Nos quisimos engañar como con aquella historia de amor que nunca fue tal. Daba igual que todos nuestros amigos, parientes, un coro griego de treinta miembros y una orquesta de saxos ululantes por King Curtis nos lo dijera. Queríamos creer en ello. Queríamos creer que ella nos amaba. Y en el caso de Neymar, que nos había elegido por nuestros valores, por Messi, por la ciudad, por lo maravillosos que somos los culés. Por supuesto que había perdido un montón de dinero a cambio de recalar en nuestro equipo. Claro que sí. Era notorio que valoraba más su proyección futbolística, recoger el testigo de Leo, jugar en el más fantástico equipo en la más maravilloso urbe del Universo conocido antes que ganar más dinero en cualquier otra ciudad o país. Por supuesto. Sandro Rosell desde su celda debe estar mirándose todo esto con una –esperemos– que estoica y amarga lucidez. Pero seamos sinceros con nosotros mismos: lo sabíamos, vaya si lo sabíamos. Y ni lo de Paris SantGermain nos llegó a confundir. Neymar nació para ser jugador del Real Madrid. Al menos de ese tipo de jugador del Real Madrid que todos tenemos en mente ahora (sí, ese). Lo que creo que molesta más es la Gran Trola y toda su parafernalia. A saber, el dúo de Circo Clásico, Oliver y Augusto –chi, cheñor, no cheñor: padre e hijo, mánager y jugador, John y Yoko–, la mentira que nadie se cree en rueda de prensa sin pestañear a lo psicópata en Mindhunter, rutina narrativa –no me entreno, no me quieren, me curo de la lesión en el Carnaval de Río, tengo miedo a los cocodrilos del Sena– y el desenlace sabido: al final, el amor (Florentino, ese galán) vence.
Rueda de prensa. Infancia pobre, póster, pin. Futuro Eterno. Para nada recalo en este equipo por el dinero. La duda ofende. Es ambición deportiva. Y entonces nuestro odio destilado del dolor –oh, traición, oh perfidia– convierte el amor del nuevo en pasión arrebatada. Pero me temo –por ingenuidad y otros ejemplos futboleros– que cuando antepones la pasta a cualquier cosa sólo ganas más dinero. La desfachatez en la mentira hace que pierdas algo del chaval que sólo quería jugar a fútbol, divertirse y ganar. No me refiero a que no te paguen más que bien sino a toda la montaña de mentiras, quiebros y excusas que has de montar para no explicar los verdaderos motivos por los cuales te vistes, en este caso, de blanco. Eso es lo más obsceno. En realidad si uno lo piensa bien, Neymar juega como vive. Regatea de más, se burla del contrario de más, se lanza a la piscina de más y es condenadamente bueno cuando quiere y se esfuerza. Eso sí, hemos de prepararnos para toda la artillería merengue: a partir de junio regateará lo justo, será respetuoso y noble, sólo tratará de dar espectáculo, siempre serán aviesas faltas y mejor que Messi, por supuesto. Si casi consiguieron convencernos de que descubrieron a Laudrup, imagínate con este más joven y pinturero.