Hacer política
DICE un proverbio galés que “el que quiera ser líder debe ser puente”. Se trata de empatizar tanto como mandar, de hacerse respetar como de hacerse entender, de marcar un rumbo sin olvidarse de la capacidad de pacto. El problema de Quim Torra es que no acaba de creerse el cargo que representa, porque se considera subsidiario de Carles Puigdemont quien, por cierto, cuando llegó de rebote al puesto, tuvo la habilidad de asumir su condición desde el primer día. Ni por un momento estuvo pendiente de si lo que hacía o dejaba de hacer gustaba a su predecesor Artur Mas, que lo designó sin apenas conocerlo.
Una de las citas de Torra en sus discursos de investidura corresponde al valenciano Joan Fuster, cuando dijo: “Toda política que no hagamos nosotros, la harán contra nosotros”. Se trata de una sentencia de Un país sense política, escrita en los albores de la democracia, cuando Catalunya estaba lejos de tener sus instituciones. Fuster no nos estaba invitando a echarnos al monte, sino que nos convidaba a hacer política. Y eso es lo que esperamos muchos catalanes de Torra. Catalanes a los que nos gustaría creer que existe todavía una posibilidad de encontrar una salida que no sea el enfrentamiento directo, insensato y radical con el Estado, que sólo nos puede llevar a la división del país y a una derrota irremediable.
La carta de Torra a Rajoy parecía ir en esta línea. Los términos de la misiva en la que le pedía diálogo eran respetuosos, calibrados y prudentes. El ejecutivo que horas después diseñaba se contradecía con el espíritu de la misma. Hay dirigentes en Catalunya que aspiran al conflicto civil, pero eso nos lleva a la debacle. Tarde o temprano el presidente catalán deberá decidir por qué camino prefiere avanzar sin necesidad de pedir autorización a Berlín.