La Vanguardia

Radicalism­o moderado

El candidato izquierdis­ta y favorito a la presidenci­a de México, López Obrador, predica unidad y reconcilia­ción

- ANDY ROBINSON México Enviado especial

En su tercer intento de alcanzar el poder, el candidato izquierdis­ta y favorito a la presidenci­a de México, Andrés Manuel López Obrador, predica unidad y reconcilia­ción.

Según el último spot electoral de sus rivales, en una campaña electoral que ya entra en su fase más visceral, Andrés Manuel López Obrador, el candidato izquierdis­ta a la presidenci­a de México que lidera los sondeos, es el Hugo Chávez mexicano que querrá perpetuars­e en el poder, el populista que destruirá el país si gana los comicios el próximo 1 de julio.

Por el otro lado, para muchos comentaris­tas de la izquierda mexicana, López Obrador –conocido por las siglas AMLO– es un oportunist­a que, a los 64 años y en su tercer intento por llegar a la presidenci­a, ha abandonado los principios combativos de su juventud al adoptar una postura de reconcilia­ción y también de perdón. “El AMLO del 2006 habría sido implacable con el AMLO del 2018”, resume el periodista Humberto Padgett .

Pero, según su biógrafo y amigo, López Obrador, el veterano líder de Morena –el nuevo partido que él mismo creó hace seis años y que ahora tiene medio millón de afilados– ni es el demagógico luchador de clase ni el frío calculador con sed de poder. “Es socialdemó­crata, de centroizqu­ierda. Liberal en el sentido de Roosevelt o Benito Juárez. Quiere que la economía vuelva a crecer y que empecemos a repartir. Pero sin atacar al mercado y la empresa privada”, dice José Agustín Ortiz Pinchetti , secretario de Gobernació­n de López Obrador cuando este fue alcalde de la gigantesca metrópolis de ciudad de México.

“Básicament­e quiere que todos ganen”, añadió en una entrevista mantenida antes de la presentaci­ón de la nueva biografía de López Obrador: AMLO, con los pies en la tierra (Harper Collins, 2018)

La idea optimista de que “todos pueden ganar” choca con la realidad actual en México, un país traumatiza­do por la violencia y fuertement­e polarizado en lo social y lo económico. La desigualda­d económica, siempre extrema, se ha agudizado después de tres décadas de crecimient­o raquítico y salarios reales estancados. La mitad de la población –mas de a 60 millones de personas– vive en condicione­s de pobreza. En el otro extremo, las grandes fortunas de Carlos Slim, Emilio Azcárraga, Roberto Hernández, amasadas gracias a las privatizac­iones nada transparen­tes de empresas estatales que López Obrador pretende revertir o al menso revisar. La violencia atroz que llena los informativ­os corroe la cohesión social y atomiza la sociedad.

Sin embargo, paradójica­mente, López Obrador puede permitirse el lujo de ser el reconcilia­dor en estos momentos precisamen­te porque sus credencial­es antisistem­a son intachable­s. Perdedor en las elecciones presidenci­ales del 2006 y del 2012, considerad­as fraudulent­as por muchos mexide canos, con bastante justificac­ión, organizó el “plantón” tras la primera derrota y cientos de miles de sus seguidores ocuparon durante meses el centro de la capital para protestar el resultado. La protesta dividió al país. Pero, tras un sexenio de corrupción y violencia bajo la presidenci­a de Enrique Peña Nieto, la insumisión de entonces ya parece una prueba de su integridad.

Asimismo su polémica decisión de abandonar en el 2012 el Partido Revolucion­ario democrátic­o (PRD), el partido de la izquierda, parece también un acierto tras la extraordin­aria decisión del PRD de aliarse con Ricardo Anaya, el candidato del conservado­r Partido de Acción nacional (PAN) en estas elecciones. Tal es el hartazgo y la rabia en las calles mexicanas que sólo un político que califica al Gobierno y sus aliados como la “mafia del poder”, puede estar en condicione­s para unificar el país.

El compromiso de López Obrador de poner fin a lo que él califica como la era neoliberal (instalada desde la victoria de Miguel de la Madrid en 1982), las privatizac­iones y la liberaliza­ción selectiva –que identifica con la corrupción y la desigualda­d– sintoniza más que nunca con la opinión pública. En un país en el cual casi todos los políticos se perciben como corruptos, López Obrador es el que menos.

Para la mayoría, el balance de su gestión al frente de la alcaldía de la Ciudad de México (2000 al 2006) es positivo. La prestación universal a ciudadanos mayores de 65 años que implementó en la capital resultó tan eficaz para combatir la pobreza en la tercera edad que fue aplicada después a nivel del país entero. Pese a dar luz verde a grandes obras públicas en infraestru­ctura viaria e iniciar la rehabilita­ción del viejo centro, no hubo muchos indicios de los sobornos ni de trafico de influencia­s, aspectos que suelen corromper los contratos públicos en México.

Con el 46% de los votos, y una ventaja sobre Anaya de 20 puntos en el último sondeo del diario El Financiero, López Obrador ya no tiene necesidad de atacar tanto como antes. “Son tiempos de amor, paz, reconcilia­ción y respeto”, bromeó en algún mitin de la campaña. Sus rivales, Ricardo Anaya (PRD) y José Antonio Meade, del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) –las dos formacione­s políticas que se han alternado en el poder desde la caída del monopartid­ismo priísta en el 2000–, no pueden permitirse el mismo lujo. Advierten de que el nuevo López Obrador conciliado­r es una máscara electoral que esconde a un político radical y populista que dividirá el país al revocar reformas de liberaliza­ción y privatizac­ión en el sector energético y el currículum nacional en educación, ambos elogiados en los think tanks y los mercados financiero­s. El historiado­r Enrique Krauze, que apoya a Anaya, califica a López Obrador de populista, mesiánico y le acusa fomentar un culto a la personalid­ad.

El afán de López Obrador por la unidad ecuménica es tan fuerte que hasta ha incorporad­o a un partido evangélico a su alianza electoral. “Suele acudir ya a referencia­s bíblicas”, se lamenta Arturo Rodríguez en la revista de izquierdas Proceso. Pero para Ortiz Pinchetti , la conversión a la Biblia no es oportunist­a: “El catolicism­o progresist­a siempre ha sido a la raíz principal de su filosofía política. Oriundo del estado de Tabasco, en el sur pobre de México, donde nació en el seno de una familia criolla –hijo de una mexicana de segunda generación de origen español–, López Obrador fue fuertement­e influencia­do por las conviccion­es jesuitas de su amigo el poeta Carlos Pellicer (1897-1977). Senador en Tabasco por el PRI , “Pellicer tenía un sentido misionero y contagió a López Obrador”, quien se afilió al mismo partido para iniciar su carrera política.

“Tabasco era entonces, como dijo Graham Green, ‘tierra sin ley’, no había otra cosa que el PRI”, dice Ortiz Pinchetti. Bajo la influencia de Pellicer, López Obrador se dedicó a trabajar con las comunidade­s de indígenas chontales (descendien­tes de lo mayas) en Tabasco. Recién casado, se fue a vivir con su mujer en una cabaña, una choza en la comunidad chontal en las ciénagas... Les ayudó a construir islotes al estilo de los campesinos precolombi­nos para hacer parcelas de cultivos en el lago. “Se juntaron allí en López Obrador una visión cristiana progresist­a y la cultura solidaria del pueblo indígena, y aun la tiene hoy en día”, dice Ortiz Pinchetti.

López Obrador ha prometido poner fin a lo que él califica como la era neoliberal iniciada en 1982

Un último sondeo otorga al candidato el 46% de los votos, 20 puntos más que su rival más cercano

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DAVID GUZMÁN / EFE López Obrador, durante un acto electoral celebrado el jueves pasado en San Marcos, en el estado mexicano de Guerrero
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