La Vanguardia

El precio del simbolismo

- Francesc-Marc Álvaro

Tenemos nuevo Govern (con pocas mujeres) pero parece que, de momento, no podrá ejercer. Rajoy, con el apoyo del PSOE y de Cs, prolongará el 155, como respuesta a la intención del president Torra de nombrar a dos consellers que están en la cárcel y dos que están en el extranjero, cuatro personas que disponen todavía de sus derechos políticos. Hemos entrado en un bucle dentro del bucle. El concepto de “restitució­n”, como el de “president legítimo”, forma parte del programa de JxCat y ha sido asumido por ERC y la CUP. Es a partir de esta idea de restitució­n que Turull, Rull, Comín y Puig han aceptado ser consellers, a pesar de la dificultad para ejercer sus responsabi­lidades. La decisión de incluir presos y exiliados en el nuevo Gabinete es un gesto simbólico que quiere subrayar la anormalida­d del momento, como lo fue la toma de posesión presidenci­al, de un perfil bajo sin precedente­s.

Los primeros pasos de la presidenci­a de Torra van cargados de simbolismo­s que –como vemos– generan una respuesta autoritari­a de Madrid, más allá de la propia legalidad que el unionismo dice defender. El gobierno interpreta cualquier gesto indócil del independen­tismo como un delito. ¿Por qué el PP no deja pasar esta pelota si sabe que estos cuatro consellers serán inhabilita­dos por el juez? La competició­n salvaje entre los partidos del 155 para ver cual es más defensor de la unidad de España marca el ritmo de Rajoy, que no quiere parecer blando, como repite Rivera.

Torra necesita símbolos de firmeza, para ser congruente con Puigdemont. La CUP y algunos sectores ya han denunciado que eso es una mera gesticulac­ión que esconde –dicen– la renuncia a los principios. A la vez, desde el otro lado del independen­tismo –más proclive al pragmatism­o– no se acaban de entender ciertos movimiento­s, aunque públicamen­te se mantiene el consenso. El debate que late debajo de estas tensiones –más o menos disimulada­s– es la discusión sobre la estrategia de la nueva etapa, que nadie es capaz de explicar. En la primera entrevista radiofónic­a que concedió, Torra declaró que la estrategia “la tenemos que ir construyen­do entre todos”, una manera de confirmar que vivimos amarrados a la táctica y al corto plazo. Requerido por más concrecion­es, se limitó a explicar que hay una estrategia inmediata “de no ceder posiciones, de luchar por los presos políticos, para que vuelvan los exiliados.”

Conclusión: fuera del discurso antirrepre­sivo, los dirigentes independen­tistas no tienen un plan nuevo que quieran o puedan exponer. Parece que se seguirá improvisan­do, a partir de la lógica acción-reacción, una partida de ajedrez entre Berlín (o Bruselas) y Madrid, en la cual Barcelona tiene poco que decir, de momento. El pulso con los poderes del Estado se intensific­a, pero la correlació­n de fuerzas no ha cambiado. ¿Qué precio pagará Torra por una política de símbolos? ¿Y qué precio pagará Rajoy por frenarla arbitraria­mente?

Fuera del discurso antirepres­ivo, los dirigentes independen­tistas no tienen un plan nuevo

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