Hacer la pascua con alegría
Tal día como hoy el Espíritu Santo desciende del cielo en una lluvia dorada de lenguas de fuego que otorgan el don de lenguas
Hoy es día festivo en un montón de municipios catalanes. Es la Segunda Pascua, que no es una Pascua suplente aunque sí muy subordinada a la primera, ya que siempre cae 50 días después del Domingo de Resurrección y, por tanto, 49 después de la primera, aquel lunes lejano en el que aún no teníamos Govern y acababan de volver a encarcelar a políticos catalanes, entre ellos el candidato Turull. Siempre es lunes, pues, pero la fecha varía cada año. Si la primera Pascua celebramos la resurrección de Cristo, en esta segunda, conocida también como la Pascua Granada (por oposición a la Florida) o con el nombre de Pentecostés, celebramos otro hecho sobrenatural: el descenso del Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo cincuenta días después de la inesperada resurrección del crucificado, en uno de los relatos de redención más potentes creados por el imaginario humano. Llegados a este punto, tal vez conviene aclarar algo a los lectores que se acaben de incorporar. El Espíritu Santo es la tercera figura que completa uno de los dogmas centrales de la fe cristiana, denominado la Santísima Trinidad, que consta de un Padre (Dios), un Hijo (Jesucristo) y un Pájaro (Espíritu Santo). En el relato bíblico, tal día como hoy el Espíritu Santo baja del cielo, pero en este caso lo hace en forma de una lluvia dorada de lenguas de fuego que buscan las cabezas de cada uno de los discípulos de Jesucristo, los denominados apóstoles. Según se relata en Hechos de los Apóstoles (2, 4): “quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. En una relectura neotestamentaria del relato de la Torre de Babel, que entendía el poliglotismo como un castigo divino, la lluvia dorada pentecostalista implica un don, el don de lenguas ideal para difundir el mensaje de Jesucristo por doquier.
Lamentablemente, la fraseología pascual suele circunscribirse a la primera Pascua, dejando en un segundo plano a esta segunda, que ya se ve que es la importante. Eso explicaría el monolingüismo de la España castellanocéntrica. Frases como “estar más contento que unas pascuas” o variantes se refieren todas a las celebraciones inherentes a la Pascua Florida, a la mañana siguiente del Domingo de Ramos. En cambio, la única expresión pascual negativa, “hacer la pascua” en el sentido de fastidiar, es una alusión a la Pascua judía (el Pésaj), que conmemora el éxodo de los judíos cuando huyeron del calamitoso cautiverio al que les sometió Egipto. Si las lenguas de fuego se posasen en los actuales pobladores de la península Ibérica, jueces y políticos incluidos, y les otorgasen el don de lenguas para tener competencia lingüística repentina en asturiano, castellano, catalán, euskera y portugués, todo sería mucho más sencillo. Probablemente dejarían de dedicarse a “hacerse las pascua” los unos a los otros y, como suele decirse, “santas pascuas”.