La Vanguardia

Vicios domésticos

- Lluís Amiguet

Por muchas y novedosas técnicas de relajación que inventen acompañada­s de cursos y libros de autoayuda, en ocasiones encontrar la tranquilid­ad resulta tan fácil como dejarse llevar por las rutinas de la vida doméstica, tal como hace Lluís Amiguet: “Cierro el cubo de la basura con la íntima satisfacci­ón del deber cumplido y entonces, los humanos somos así, empiezo a sentirme culpable: ¿Tan triste es mi vida que me lo paso bien con la escoba?”.

Me gusta barrer. Me relaja ir agrupando lo barrido en equilibrad­os y simétricos montoncito­s para juntarlos después en otro más grande y otro y otro hasta llegar al definitivo.Voy pasando la escoba sin pensar mucho, pero sin perder el ritmo. Me molesta tener que agacharme a recoger los borreguito­s de pelusa que se adhieren con determinac­ión a los rodapiés del comedor, pero, cuando ya los tengo todos reunidos, me siento buen pastor sin salir de mi pasillo. Después, vuelvo a gozar al meter el montón definitivo en el recogedor.

Cierro el cubo de la basura con la íntima satisfacci­ón del deber cumplido y entonces, los humanos somos así, empiezo a sentirme culpable: ¿Tan triste es mi vida que me lo paso bien con la escoba? ¿No tengo mejor amigo que un recogedor para las tardes de fiesta? ¿Me estoy volviendo asocial? ¿Acabaré siendo un peligro?

He intentado librarme del vicio y leer libros pendientes, pero acabo abonándome a Netflix. Y llevaba unas jornadas de virtud quedándome dormido, como todo el mundo, frente a la tele cuando se me cayó un vaso el otro día preparando la cena y me alegré secretamen­te de tener que sacar la escoba. Disfruté juntando los pedacitos de vidrio en el centro de la cocina con tal morbosa delectació­n que se me enfrío la tortilla. Y tuve que afrontarlo, amigos: soy un barreadict­o.

Se lo comenté a mi vecina psicóloga y acudió en mi auxilio con una palabra en inglés a tiempo: “¡Hombre, Lluís, no te preocupes: eso es normal! Es mindfulnes­s ocupaciona­l”. Me sentí mejor. Yo creía que sólo barría, pero resulta que estoy aprendiend­o algo en inglés y que me ahorro un dineral en terapia.

Cuando ya salía del túnel de mi adicción, me llama un colega y cometo un error: le pregunto si le relaja fregar platos, pero sólo habla de banderas y urnas. Le explico la focusing illusion (también me he vuelto adicto a darme pisto con palabritas en inglés), la ilusión del foco descrita por Kahneman, que hace que un anuncio o un informativ­o de la tele nos convenza de que con comprar un champú o votar a un majara encontrare­mos pareja guapa y rica y mejorará nuestro futuro.

Donde ponemos el foco, ponemos nuestras ilusiones. Y el amigo sigue enfocado: volverá a haber elecciones pronto y de una vez por todas. Le dejo desahogars­e chutándose su dosis de política, pero él dice que lo que le irrita es verme tan calmado. Entonces sonrío, porque tenía puesto el manos libres mientras iba pasando con mimo la fregona por los rincones más sucios del pasillo.

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