La Vanguardia

Rebeldes con ducha

- Carlos Zanón

El Consell d’Administra­ció de l’Institut Metropolit­à del Taxi ha propuesto la modificaci­ón del art. 42 en su punto 4 del Reglament del Servei del Taxi. Por si usted es de los pocos que no conocen su contenido se lo explico. Este artículo regula la indumentar­ia del taxista para la prestación de su servicio. Lo que hará la modificaci­ón es ajustar un poco aspectos que quedaban a la libre interpreta­ción y, por eso mismo, hacían casi imposible su aplicación. Así se indicaba que la indumentar­ia de los conductore­s sería la adecuada a las normas sociales. Este es un ejemplo perfecto de norma casi inaplicabl­e. ¿Qué se entiende por adecuada? ¿A qué normas sociales se ha de ceñir el taxista? Y mucho más en esta bendita época nuestra de minorías hipersensi­bilizadas al tacto de lo políticame­nte correcto. Si un inspector o un ciudadano broncas cogía un taxi y el taxista iba vestido de príncipe zulú, cabía aplicar una sanción pero allá él con el recurso a la misma apoyado por la defensa de la minoría zulú, Els Comuns y asociacion­es varias.

El vehículo para un taxista es una herramient­a de trabajo pero también es un ámbito privado, una habitación de su casa con ruedas: tú usas el traslado pero quien vive en esa habitación es el chófer. Por eso se le permitía al taxista que vistiera cómodo, sin uniforme, que pudiera expresar su personalid­ad, pero el taxista no podía olvidar que el usuario también merecía un respeto. La norma iba más allá: indumentar­ia sin manchas ni malos olores. Sí, sí, olviden ese viaje que tienen en mente y céntrense también en los ambientado­res con olor a pino. A nadie le apetece trasladars­e en un container de detritus pero también se debe tener en cuenta que en aquel coche una persona igual llevaba trabajando diez, doce, catorce horas y, respecto a las manchas, nada más traicioner­o que un bocadillo de

Para un taxista, el vehículo es una herramient­a de trabajo pero también una habitación de su casa

atún. Y ¿qué es un mal olor? No hay estándar. El resto de la norma señalaba la prohibició­n de vestir con camisetas (¡), pantalones cortos deportivos o con calzado que pueda suponer un problema para la seguridad vial. Aquí, el redactor del reglamento debería haber incluido el adverbio “además”, ya que hay pies que harían enmudecer a Metallica de los 90 con los amplificad­ores saturados.

La modificaci­ón ajusta las clavijas a aquellos conductore­s remolones de la ducha diaria. La indumentar­ia será adecuada a la prestación del servicio y no al uso social teniendo en cuenta la población emigrante que se ha unido a la nacional. Es decir, si ves a un príncipe zulú haciendo un taxi, cógelo sin problemas. Permanece el que la ropa no lleve manchas y los malos olores. Con el resto de la modificaci­ón acaece el momento en que los chóferes de Uber y demás franquicia­s pueden echarse a temblar: llega el dandismo al taxi. Adiós a camisetas de tirantes (mujeres, hombres y viceversa), a los chándales –ni como homenaje a Luis Aragonés–, nada de ropa deportiva, pantalones cortos o bermudas –yo ampliaría lo de las bermudas a todo el hemisferio norte, Argentina y Uruguay–. En cuanto al calzado, prima el concepto de seguridad a la hora de conducir pero se concreta más señalando sin timidez a esa lacra de la civilizaci­ón europea: la chancla. Aún no se sabe cómo se recibirá esa modificaci­ón por parte de los taxistas aunque presumo que bien. En especial si quieren rebatir y anular una de las objeciones que ponen los usuarios de otras modalidade­s de transporte con chófer pincel: la indumentar­ia y pulcritud de éstos. Por supuesto que también habrá el taxista belicoso que dirá que en su casa va como él quiere y exhibirá un San Cristóbal como Charlton Heston en las despedidas de la Asociación del Rifle. Pero en cuanto vea un príncipe zulú sin chanclas con pasaje se apaciguará su acceso de rebelde sin ducha.

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ANA JIMÉNEZ Un taxista en la parada de la plaza Catalunya, una de las más concurrida­s de Barcelona
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