La Vanguardia

Gabo en Barcelona

Jeffrey Herlihy-Mera, de la Universida­d de Puerto Rico, estudia la obra que el Nobel escribió en la capital catalana

- XAVI AYÉN Barcelona

El profesor Jeffrey Herlihy-Mera, de la Universida­d de Puerto Rico, defendió ayer en el congreso de la Asociación de Estudios Latinoamer­icanos la influencia en la obra del Nobel Gabriel García Márquez de su estancia de ocho años en la Ciudad Condal.

Qué influencia tuvo Barcelona en la obra de Gabriel García Márquez? Tradiciona­lmente, se ha creído que poca, dado que sus libros se ambientan casi siempre en América. Pero esa es una visión demasiado simple –vivió ocho años en la ciudad– que los nuevos estudios sobre la obra del colombiano están empezando a cambiar. En una de las sesiones matinales de ayer del congreso LASA –una cumbre de intelectua­les expertos en Latinoamér­ica, con más de 1.600 actos, que se cerrará mañana sábado en el CCIB del Fòrum– el académico bostoniano Jeffrey Herlihy-Mera, profesor en la Universida­d de Puerto Rico y experto en las consecuenc­ias culturales de la emigración, argumentó que la huella de la ciudad es más profunda de lo que puede apreciarse a simple vista.

“En Barcelona, García Márquez experiment­ó la vivencia de ser un emigrante, y a pesar del gran éxito cosechado vivió algunas situacione­s discrimina­torias, ciertas burlas por ser latino”, dice Herlihy-Mera, en conversaci­ón con este diario. “Existen pruebas científica­s de que las personas que viven en una cultura no nativa, como le sucedió a él, obtienen puntuacion­es más altas en los tests cognitivos, es decir, en temas como la construcci­ón, la orientació­n espacial, la agilidad verbal y otras destrezas importante­s para la creativida­d, no sólo la literaria. La otra cara de la moneda es que los migrantes sufren también las tasas más altas de alcoholism­o, ingresos en manicomios y suicidios”.

“García Márquez tuvo claro que para escribir El otoño del patriarca –prosigue Herlihy-Mera, que vivió unos años en Barcelona– debía trasladars­e él mismo a ‘una dictadura del antiguo estilo’ y, de entre todas ellas, la más vivible le pareció la española, en especial una ciudad como Barcelona, cuna de la resistenci­a. Aunque habla de un dictador latinoamer­icano, toma rasgos del moribundo Franco y elementos sociológic­os de la población bajo un régimen autoritari­o, de mucha gente con la que convivía. Esa obra no hubiera sido posible sin Barcelona”.

Su otra obra catalana son los Doce cuentos peregrinos (publicado en 1992), escritos durante su estancia en Barcelona en los años setenta y que recogen justamente experienci­as de latinoamer­icanos en Europa. “Los temas denotan angustia, violencia, desorienta­ción... pero la forma es pausada, mesurada y fina. Son extranjero­s, personas dislocadas, presas de demonios naturales y sobrenatur­ales”.

En ese libro, destaca dos cuentos barcelones­es. Sólo vine a hablar por teléfono “cuenta cómo una joven mexicana ve averiado su coche en la carretera camino a Barcelona. Se dirige a un oscuro edificio para llamar por teléfono pero el lugar resulta ser un sanatorio mental para mujeres, donde la confunden y la ingresan. Un guardia la silencia con un golpe. El autor consigue que esta pesadilla parezca totalmente plausible y retrata un país machista y fascista”. Luego, Maria dos Prazeres –mulata brasileña que se expresa a veces en catalán– está protagoniz­ado por una vieja prostituta que espera, en su piso del Eixample, a la muerte, junto a su perro llamado Noi, “pero al final le abre la puerta y resulta que sólo es un cliente más”.

“En 1966, en París –continúa Herlihy–, Gabo fue detenido nada más que por pasear por la calle, por su aspecto de argelino. En 1968, en el restaurant­e La Font dels Ocellets, el camarero se impacienta­ba porque aquel grupo de sudamerica­nos –Gabo, Cortázar, Donoso...– no paraban de hablar, no realizaban su pedido y les dijo: ‘¿Qué les pasa? ¿No saben leer? Supongo que escribir tampoco...’. En Sarrià, donde vivía, los latinoamer­icanos eran parte del servicio doméstico... Todo eso se le quedó ahí y puede rastrearse en su obra y en sus compromiso­s políticos”.

“Los barcelones­es de los años sesenta le parecían algo provincian­os y unos ricos venidos a menos –sostiene–. Él matriculó a sus hijos siempre en escuelas inglesas, decoraba su piso de Sarrià con motivos mexicanos y se indignó enormement­e cuando, en 1989, se estableció la exigencia de visado a los latinoamer­icanos que visiten España”.

En fin, todavía hay pistas barcelones­as que rastrear en la obra de Gabo.

“‘El otoño del patriarca’ y ‘Doce cuentos peregrinos’ no serían posibles sin lo vivido en la ciudad”

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RODRIGO GARCÍA BARCHA/UNIVERSIDA­D DE TEXAS García Márquez, en el despacho de su piso en Barcelona

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