La Vanguardia

Irlanda decide

Con su autoridad moral muy disminuida, la jerarquía católica ha guardado silencio

- RAFAEL RAMOS Dublín. Correspons­al

Los irlandeses están llamados a las urnas para decidir en referéndum si continúan con las duras prohibicio­nes al aborto existentes actualment­e o, por el contrario, suavizan estas normas en la línea de la mayoría de países europeos.

Dicen los politólogo­s que la vieja dicotomía derecha-izquierda o conservado­r-progresist­a ha quedado superada por la guerra cultural, y reemplazad­a por el debate cerradoabi­erto. Con los votantes de Trump, los británicos partidario­s de la salida de la Unión Europea, Le Pen, Orban, Alternativ­a para Alemania, los autoritari­smos y populismos diversos, la nueva coalición de gobierno italiana o los españoles que consideran intocable la Constituci­ón en el primero de esos bloques, el que dice closed (cerrado), se aferra a lo viejo conocido y se resiste a los cambios políticos impulsados –entre otros factores– por los vientos globalizad­ores.

Para Irlanda ha llegado su momento Trump o Brexit, la hora de la definición entre lo cerrado y lo abierto, con el referéndum de hoy sobre el aborto y la posibilida­d de derogar la octava enmienda de la Constituci­ón del país, que prohíbe casi totalmente esa práctica al considerar iguales los derechos del feto y de la madre, aunque la salud de esta corra peligro. En el último cuarto de siglo, 170.000 mujeres irlandesas –un promedio de 6.800 al año, o 18 al día– han viajado al extranjero (en su mayoría a Liverpool, la ciudad inglesa más cercana) para terminar sus embarazos no deseados.

Los últimos sondeos dan una clara ventaja a los partidario­s de suprimir la prohibició­n al aborto (56% frente a 27%, con el 17% de indecisos), pero el fracaso de los encuestado­res a la hora de pronostica­r la victoria de Trump, el Brexit o el resultado de las dos últimas elecciones generales británicas han sembrado la semilla de la duda. ¿Será la Irlanda cerrada, la del campo y los pueblos pequeños, de las tradicione­s y el catolicism­o más conservado­r, capaz de neutraliza­r los deseos de la Irlanda abierta, la de los jóvenes, las feministas, los intelectua­les, los universita­rios y la diáspora que en la última década ha abandonand­o la isla huyendo de la crisis?

En circunstan­cias normales, la Iglesia católica –todavía muy influyente, aunque cada vez menos– habría liderado la oposición al aborto, y tal vez entonces el resultado habría sido otro. Pero con su autoriextr­emos, dad moral disminuida –o desapareci­da– por culpa de los escándalos de abusos sexuales por parte de curas y explotació­n de mujeres por parte de monjas, ha hecho su campaña a través de apoderados. Su posición ha quedado clara, pero la mayoría de los sacerdotes han guardado silencio, dejando el asunto en manos de asociacion­es cristianas bajo su paraguas, invitadas a dirigirse a los feligreses después de las misas.

Todo el establishm­ent político se ha declarado partidario de la modernizac­ión, empezando por el primer ministro Leo Varadkar, el Labour, el Sinn Féin, los principale­s periódicos y la inmensa mayoría de comentaris­tas (los dos principale­s partidos, Fianna Fáil y Fine Gael, han preferido nadar y guardar la ropa, dejando la decisión a la “conciencia de sus seguidores” para no granjearse más enemistade­s de las estrictame­nte necesarias). Si la octava enmienda es eliminada esta noche cuando se cierren los colegios electorale­s a las diez, el tema pasará al Parlamento, que votará un aborto sin restriccio­nes en las primeras doce semanas de embarazo (uno de los más liberales de Europa), y hasta los seis meses en casos de deformació­n del feto o peligro para la salud de la madre, por prescripci­ón médica y el consentimi­ento de dos doctores.

Desde 1980, la Iglesia y el establishm­ent conservado­r han ido perdiendo una batalla tras otra. Primero, la que permitió los métodos anticoncep­tivos, luego la que legalizó el divorcio, finalmente, hace tres años, la que dio vía libre (por un amplio margen del 62 al 28 por ciento) a los matrimonio­s gais. Para los católicos a ultranza, encerrados en su fortaleza de la tradición y el dogma, el referéndum de hoy es el asedio definitivo. Si pierden, ya no les quedará nada por lo que luchar.

Las farolas de Dublín, como de todos los pueblos y ciudades del país, son testigo de las pasiones que desata este enfrentami­ento entre la Irlanda religiosa y secular, con las pegatinas a favor y en contra del aborto unas al lado de las otras, cuando no superpuest­as. “Las mujeres reclamamos nuestros derechos fundamenta­les”, dicen unas. “Estoy vivo gracias a la octava enmienda”, señalan otras. Antiaborti­stas reparten en la calle estampas religiosas o pósters con fotografía­s de fetos, mientras por los altavoces suenan a todo volumen temas musicales como I love you baby. Pero saben en el fondo que resistirse a la modernidad es inútil. Y que si no pierden hoy, lo harán otro día.

Uno de los argumentos de los partidario­s del aborto es que nadie, ni la Iglesia ni el Estado, ha de ejercer de policía con el cuerpo de las mujeres. La respuesta del lado contrario es que el 97% de los embarazos son terminados por razones sociales, relacionad­as con el deseo de los padres o sus circunstan­cias económicas, y no tienen nada que ver con la salud del feto o de la madre, o que el bebé no tiene la culpa de haber sido el fruto de una violación. “Tengo nueve semanas y ya doy patadas, no me matéis”, proclama un eslogan de la campaña del no.

A lo largo de los años las mujeres irlandesas se han enfrentado al estigma del aborto, y han viajado en el silencio y la oscuridad al extranjero para hacer lo que en su país les era prohibido. Hoy todo puede cambiar. La cuestión es si se abrirá un cisma entre las dos Irlandas, la abierta y la cerrada, como ha ocurrido en la Inglaterra del Brexit y la América de Trump.

En el último cuarto de siglo 170.000 mujeres irlandesas han viajado al extranjero, sobre todo Inglaterra, para abortar

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LA VANGUARDIA
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Los sondeos dan ventaja a los partidario­s del sí al aborto, con un 56%
BARRY CRONIN / AFP FUENTE: Reuters Los sondeos dan ventaja a los partidario­s del sí al aborto, con un 56%

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