La Vanguardia

Cultura, religión y tradición

- Quim Monzó

Karma Nirvana es una oenegé británica que, desde hace veinticinc­o años, se dedica a ayudar a muchachas que sufren acoso por parte de su familia (físico o emocional), o que sospechan que, en el siguiente viaje que hagan fuera del país, sus padres querrán someterlas a una ablación de clítoris o las harán casar contra su voluntad. Nada que no conozcamos aquí. La web de la oenegé está llena de casos de chicas que les piden ayuda por estos motivos, o porque la familia no quiere que sigan estudiando, o porque las controlan hasta la asfixia.

Cada vez que se acerca el verano, muchas familias inmigradas viajan a sus países de origen, que en ciertos casos hacen saltar la alerta: Afganistán, Somalia, Eritrea, Etiopía, Gambia, Egipto... Cada año, con la llegada del calor, Karma Nirvana reinicia su campaña para que –cuando estén en el aeropuerto, poco antes de coger el avión– las chicas que se huelan alguno de esos peligros se pongan una cuchara dentro de la ropa interior. Grande o pequeña, sopera o de postre, tanto da mientras sea metálica, porque una de plástico no serviría para el objetivo diseñado: que al pasar por el arco

Utilidad de la cuchara más allá de la habitual, una vez llena, de llevar la comida a la boca

detector de metales se active la alarma, los encargados hagan pasar a la chica a un lado y, en privado, pueda explicar su caso con tranquilid­ad, algo que no pueden hacer habitualme­nte porque viven hundidas en el pútrido magma familiar.

A lo largo de los años, la táctica se ha demostrado tan efectiva que este año Suecia ha decidido importarla. De entrada, al aeropuerto de Göteborg. No sé por qué al de Göteborg, que es la segunda ciudad de Suecia, y no al de Estocolmo, donde hay más vuelos. Supongo –pero no me hagan demasiado caso– que es porque en la zona hay mucha población inmigrada. Sólo en la ciudad, un 25%. Por el motivo mencionado, durante estos meses previos a las vacaciones, las escuelas y los asistentes sociales se mantienen especialme­nte precavidos. A los empleados del aeropuerto de Göteborg les han detallado cómo tienen que comportars­e en esas circunstan­cias. Sólo el año pasado el teléfono de ayuda que se ocupa de casos parecidos recibió 139 llamadas sobre matrimonio­s infantiles o forzados. Hace dos años los tribunales suecos condenaron a un padre por obligar a su hija a volar a Afganistán para casarla contra su voluntad. Dos años antes, una niña de catorce años consiguió vía Facebook que la rescataran cuando su padre ya se la había llevado a Etiopía para casarla con un viejales primo suyo.

Afortunada­mente, las feministas de ahora entienden la situación y no te dicen “¡Es su cultura y se debe respetar!”, como me decían, a finales de los años ochenta, cada vez que publicaba en el difunto Diari de Barcelona artículos contra la práctica aberrante –e impune entonces– que es la ablación de clítoris. Que precisamen­te enarbolara­n la bandera feminista las que opinaban que era excusable me hizo perder aún más mi fe en la especie humana. “La cultura, la religión y la tradición no son ninguna excusa” es la divisa, ahora, de los de Karma Nirvana. Algo hemos avanzado.

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