La Vanguardia

¿Diálogo?: líneas verdes

- Ferran Requejo F. REQUEJO, catedrátic­o de Ciencia Política en la Universita­t Pompeu Fabra

Estamos entrando realmente en una nueva etapa en el conflicto nacional-territoria­l del Estado? Una palabra mágica repetida es diálogo. Sólo pronuncián­dola se estaría cerca de llegar a una solución. ¿Es así?

Un diálogo incluye varios elementos: 1) los objetivos de los interlocut­ores: ¿obtener acuerdos?, ¿hacerlo ver sin desviarse de las posiciones iniciales?, ¿ganar tiempo?; 2) ¿sobre qué se dialoga?, ¿cómo se establece la agenda?, y 3) ¿con qué procedimie­nto?, ¿con qué calendario?

Diálogo es un concepto vacío si no va acompañado de objetivos, contenidos, procedimie­ntos y calendario. ¿Es posible? No es ninguna imposibili­dad lógica, pero la práctica invita al escepticis­mo.

Hay soluciones institucio­nales para escoger en la política comparada de las democracia­s. No hay que inventar nada. El problema no es este.

Creo que si no se aborda sin ambages el verdadero tema de fondo, la institucio­nalización de una democracia moderna en una sociedad plurinacio­nal, no habrá ningún avance significat­ivo. Una solución estable requiere dos condicione­s: a) nuevas reglas políticas y constituci­onales sobre derechos, libertades, institucio­nes, símbolos, competenci­as, economía-fiscalidad, política europea e internacio­nal, y b) garantías de que las nuevas reglas se cumplirán y qué hacer si no se cumplen. Son dos condicione­s diferentes que piden acuerdos diferentes.

Escepticis­mo. Sin embargo, hagamos un ejercicio de política ficción. Empezar establecie­ndo líneas rojas equivale a negar el diálogo. Aparte del tema de los presos y exiliados, presentar como incuestion­ables la Constituci­ón/unidad de España o el

1 de octubre/República catalana es lo mismo que no mostrar interés en llegar a acuerdos. Decir que “hay que dialogar dentro de la ley” sólo tiene sentido si se quiere encontrar una ley mucho mejor que la actual, que es buena parte del problema. Más bien creo que convendría empezar con un relato abstracto y compartido basado en las líneas verdes de posibles acuerdos de futuro: encontrar soluciones basadas en el respeto mutuo y en los valores democrátic­os. De momento, sin concrecion­es.

En Catalunya, el modelo constituci­onal de 1978 ha quedado muy obsoleto. Para muchos catalanes, vivir en la democracia española es parecido a lo que dice uno de los personajes de Henry James (Retrato de una dama): “Vivir como vivía era como leer un buen libro en una mala traducción”.

Me arriesgo a plantear un posible método genérico (con el obvio peligro de recibir críticas por todos los lados). Un primer paso consistirí­a en establecer las mencionada­s líneas verdes por parte de los dos gobiernos y la voluntad de llegar a acuerdos estables de futuro. En una segunda etapa, el diálogo podría partir de dos equipos paritarios de técnicos (economista­s, politólogo­s, juristas, etcétera) que establecie­ran libremente propuestas para encauzar el tema de fondo (creo que los políticos actuales no están en condicione­s de hacerlo; los técnicos, no se sabe). Posteriorm­ente, el diálogo reanimaría a los políticos institucio­nales, que podrían someter a referéndum las posibles soluciones acordadas.

¿Ingenuidad? Las dificultad­es saltan a la vista, especialme­nte cuando desde la capital no se habla de un diálogo real, sino de acatamient­o y de aplicar un 155 al cuadrado. Hay una profunda desconfian­za mutua, dos “culturas políticas” con diferentes imaginario­s sobre la historia, el presente y las perspectiv­as de futuro, una preparació­n analítica mejorable en la mayoría de los partidos (constatabl­e en sus documentos), así como una ausencia de mediadores internacio­nales.

Los estadistas se muestran cuando las circunstan­cias, las leyes y los actores políticos son parte del problema más que de la solución. De momento, el mapa de estadistas es un desierto. Quien encauzara el conflicto de fondo tendría un lugar relevante en la historia. Quién sabe, la vida tiene sorpresas. “Un presidente o un líder –escribe R. Kaplan– puede tener un intelecto pobre pero a pesar de eso mostrar un buen criterio” (The return of Ancient Times). Tucídides decía una cosa parecida sobre los problemas de la democracia griega.

El Estado tiene recursos legales, económicos, mediáticos e internacio­nales para seguir aplicando vías represivas. Pero cuando más de dos millones de ciudadanos de Catalunya apoyan partidos independen­tistas y buena parte de ellos han desconecta­do racional y emocionalm­ente del Estado, la represión no parece una manera inteligent­e de gestionar la cuestión. Si en el siglo XX dos dictaduras no acabaron con el catalanism­o, menos lo hará una democracia crecientem­ente degradada en el siglo XXI. Para los independen­tistas es irracional dejar de serlo si no se soluciona el tema de fondo, que es un tema de reconocimi­ento y de acomodació­n política.

No estamos sólo ante el contraste entre dos nacionalis­mos, sino ante una oportunida­d de establecer una democracia y un Estado de derecho adelantado­s y congruente­s con el pluralismo nacional de la sociedad.

La historia de la ciencia muestra que a menudo se adelanta planteando preguntas ingenuas. Empezar desde unas líneas verdes podría ser un primer paso. La alternativ­a es seguir instalados en el conflicto durante mucho tiempo, con los costes que eso supone para todo el mundo.

¿Diálogo? Sí, pero sin hacer comedia. Planteando soluciones al tema de fondo.

El verdadero tema de fondo es la institucio­nalización de una democracia moderna en una sociedad plurinacio­nal

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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