La edad de las pastillas
Poco a poco todos iremos entrando en la edad de las pastillas. Y en la del banco al sol. Pero, entre tanto, vivimos con una cierta tranquilidad: hay una pastilla para cada caso, urgencia o indisposición. O temor.
“Las pastillas y su mundo”. “La vida en una pastilla”. “Las pastillas y sus relaciones”… Serían unos buenos títulos para algún estudio sobre el tema. Aunque preferiríamos lo contrario, somos tan sensibles a las carencias, decepciones y tropiezos que necesitamos ayuda química para que se nos haga más llevadero el tránsito de vivir. Otro oficio sin aprendizaje.
Si una píldora nos ayuda a estar mejor, ¿para qué ponernos a prueba? Desde luego una reflexión más práctica que sabia porque es el inicio de la patologización de los estados de ánimo y, lo que es más preocupante, de las emociones. La vida civilizada está ligada al auge de los psicofármacos. O al revés. ¿Quién se resiste a ellos si el acontecer diario es una centrifugadora de frustraciones? De angustias desatadas. Sí, todo un existir tóxico. Político, vital, social. En épocas pasadas el dolor se resistía de otra manera. ¿Era más soportable? Y las heridas del alma eran más literarias; pudorosas y secretas. Dramáticas. De final incierto. Ahora todo tiene un síntoma identificado, un diagnóstico y una medicación. Tiempos afortunados. Pero menos poéticos. El triunfo de la química y del laboratorio. Los homeópatas, naturistas, veganos y todo el arco vegetariano no lo tienen fácil. Por ahora.
Hasta cierto punto se entiende la gula del pastillero. Y la solvencia del hipocondriaco cabal que no sale de casa sin sus grajeas, cápsulas, píldoras… en el bolsillo y las acaricia suavemente, dicen que palpar pastillas y comprimidos ya medio cura. Un director de teatro llevaba siempre encima una aspirina y en caso de necesidad le arreaba un lametazo y se la volvía a guardar. Nadie negará la apetencia visual de un blíster de antibióticos. De un envase de mucolíticos. Ni la sobriedad monocroma de algunos antidepresivos. Pero las cápsulas son más golosas, bicolores como los antiguos caramelos de café y anís. Una asociación de colores que varía. ¿Un código de tonalidades? Entre propiedades y prescripciones, toda una teoría cromática. ¿Condiciona al paciente el color del medicamento? ¿Lo predispone? ¿Qué color curará más? Lo dejo aquí, he de tomarme la pastilla. Ya saben…