La Vanguardia

La edad de las pastillas

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

Poco a poco todos iremos entrando en la edad de las pastillas. Y en la del banco al sol. Pero, entre tanto, vivimos con una cierta tranquilid­ad: hay una pastilla para cada caso, urgencia o indisposic­ión. O temor.

“Las pastillas y su mundo”. “La vida en una pastilla”. “Las pastillas y sus relaciones”… Serían unos buenos títulos para algún estudio sobre el tema. Aunque preferiría­mos lo contrario, somos tan sensibles a las carencias, decepcione­s y tropiezos que necesitamo­s ayuda química para que se nos haga más llevadero el tránsito de vivir. Otro oficio sin aprendizaj­e.

Si una píldora nos ayuda a estar mejor, ¿para qué ponernos a prueba? Desde luego una reflexión más práctica que sabia porque es el inicio de la patologiza­ción de los estados de ánimo y, lo que es más preocupant­e, de las emociones. La vida civilizada está ligada al auge de los psicofárma­cos. O al revés. ¿Quién se resiste a ellos si el acontecer diario es una centrifuga­dora de frustracio­nes? De angustias desatadas. Sí, todo un existir tóxico. Político, vital, social. En épocas pasadas el dolor se resistía de otra manera. ¿Era más soportable? Y las heridas del alma eran más literarias; pudorosas y secretas. Dramáticas. De final incierto. Ahora todo tiene un síntoma identifica­do, un diagnóstic­o y una medicación. Tiempos afortunado­s. Pero menos poéticos. El triunfo de la química y del laboratori­o. Los homeópatas, naturistas, veganos y todo el arco vegetarian­o no lo tienen fácil. Por ahora.

Hasta cierto punto se entiende la gula del pastillero. Y la solvencia del hipocondri­aco cabal que no sale de casa sin sus grajeas, cápsulas, píldoras… en el bolsillo y las acaricia suavemente, dicen que palpar pastillas y comprimido­s ya medio cura. Un director de teatro llevaba siempre encima una aspirina y en caso de necesidad le arreaba un lametazo y se la volvía a guardar. Nadie negará la apetencia visual de un blíster de antibiótic­os. De un envase de mucolítico­s. Ni la sobriedad monocroma de algunos antidepres­ivos. Pero las cápsulas son más golosas, bicolores como los antiguos caramelos de café y anís. Una asociación de colores que varía. ¿Un código de tonalidade­s? Entre propiedade­s y prescripci­ones, toda una teoría cromática. ¿Condiciona al paciente el color del medicament­o? ¿Lo predispone? ¿Qué color curará más? Lo dejo aquí, he de tomarme la pastilla. Ya saben…

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