“En Europa pervive la gran sombra de Boulez”
John Adams, compositor y director de orquesta, invitado al Palau de la Música
Su música abre la percepción a un universo de posibilidades infinito que permite sentir tonos y profundidades casi intangibles. Va de lo más material a lo sublime... Es, para algunos melómanos, como abrazar la eternidad.
John Adams (Worcester, Massachusetts, 1947), gran exponente de un minimalismo que derivó de lo formal a lo fantástico –sin la rigidez de las formas y las reglas–, ha viajado por primera vez a Barcelona, lo cual “es un escándalo como turista”, dice en un esforzado castellano.
Su obra ha sonado varias veces en L’Auditori de la mano de la OBC –no confundir con John Luther Adams, que programó allí el Sónar 2016–, pero quien le invita ahora a dirigir sus propias piezas es el Palau de la Música. Será este fin de semana. El Orfeó, el Cor de Cambra y la OBC interpretarán su mítica Harmonium (1980), y sonará también, entre otras, Absolute Jest (2012) para orquesta y cuarteto de cuerda.
¿Cómo es que habla español?
Comencé a estudiar hace diez años pues llevaba décadas viviendo en California, cuya cultura original es española. Y como parte del aprendizaje leía La Vanguardia, El País...
No me diga.
Lo sé todo de la era Zapatero. Acabo de leer un libro fascinante de un historiador americano sobre la guerra civil española y los americanos que vinieron a luchar. ¡No tenía ni idea de lo roja que era Barcelona!
Y en algunas de sus obras hay textos en español, como su reciente ópera Girls of the Golden West... Hábleme de la evolución de su minimalismo, tan radical en los setenta y luego tan humano. ¿Pensó en el público?
Yo pienso constantemente en el público. Mozart decía en las cartas a su padre: “¡A la gente le encantará esta obra!” La música es sobre todo un acto de comunicación. Pero la del minimalismo es la eterna historia del péndulo: en las artes siempre ha habido grandes confrontaciones estilísticas. Y es lo que pasó en los años setenta, sobre todo en Estados Unidos: en la Universidad, los profesores te hablaban de Stravinski y Schönberg. John Cage era para ellos el enemigo. Y al cabo de diez años llegaron Steve Reich y Philip Glass, algo muy distinto, simple, puro, a lo que mis profesores reaccionaron con horror. Yo estaba impresionado. Dirigí obras de Reich, Glass... De este último, por cierto, estrenaré la Sinfonía núm. 12 el año que viene. Una obra basada en canciones de David Bowie.
¡Qué me dice!
Sí, con la Filarmónica de Los Ángeles de mi amigo Gustavo Dudamel.
¿Es cierto que como universitario se atrevió usted a escribir a Bernstein criticando su música? Yo era un imbécil. Entre los jóvenes compositores tenían entonces prestigio gente como Pierre Boulez y la vanguardia europea. Y en Europa, por cierto, aún hoy persiste la gran sombra de Boulez y sus opiniones sobre lo que es la verdadera música contemporánea. Tal vez por eso no me invitan a menudo. Pero volviendo a Bernstein: nos parecía sólo un romántico en aquel tiempo. Y le escribí para decírselo. Qué vergüenza. Imagínese: yo soy el compositor vivo de más éxito y tengo un centenar de conciertos programados este año –la mayoría de autores contemporáneos tiene una decena– ¡mientras que Bernstein tiene cinco mil! La gente le adora. A mí su obra seria como la Sinfonía Kaddish no me gusta, pero su música natural,
West Side Story, On The Town, está tan llena de vida, con esa mezcla de músicas populares, cool jazz y su conocimiento de Stravinski...
¿Y le contestó Bernstein?
Sí, dijo que él debía escribir lo que sentía, como me sucedió a mí al cabo del tiempo. Luego le conocí, me encontró mono y me propuso ser su asistente... Y decliné.
Y siguió viviendo su aventura minimalista.
El minimalismo fue un momento de cambio. Las primeras composiciones de Glass eran muy primitivas, cuatro horas dale que te pego, pero atrajeron a un público distinto que tal vez no sabía música ni quién era Boulez pero iba a galerías, a ver danza, intelectuales que escuchaban rock antes que Beethoven. Muy atractivo. Y controvertido: la gente decía que era música para lobotomizados. Cuando estrené Nixon in China se mofaron, lo consideraron arte pop, nada serio, pero a la vez despertaba expectación y mi foto estaba en las portadas de revistas.
¿Trump no daría pie a una ópera? Es una personalidad sin motivos humanos, un sociópata. Si me interesé por Nixon es porque tenía un alma, quizás corrompida, pero con una visión noble del mundo. Lo que me gustaría hacer ahora es una ópera sobre el control que ejerce la tecnología en nuestras vidas, pero necesito personajes con capacidad de sentir, y en ese mundo de la tecnología la gente es arrogante, brillante... no puedes sentir con ellos como con Susanna, Brunilda o Wozzeck.
Lleva haciendo óperas tres décadas y en España se ha visto una. Sí, Doctor Atomic, en València, con libreto de Peter Sellars.
Y en Estados Unidos no ha podido volver a representar La muerte de Klinghoffer, sobre el asesinato de este palestino en el Achille Lauro.
Se me acusó de haber hecho una ópera antisemita que simpatizaba con el terrorismo. Se organizó una protesta frente al Met, cordón policial y helicópteros sobrevolando el teatro. Tuve que llevar guardaespaldas. Entraron cuando sonaba el coro de palestinos exiliados, la mayoría ni siquiera sabía el contexto. Esta ópera no apoya el terrorismo. Pero es un tema tan explosivo en EE.UU. Todo el mundo conoce el Holocausto judío y nadie sabe nada de los palestinos salvo que son terroristas. Es un tema arriesgado. Un famoso musicólogo dijo que la música tiene el poder de afectar los sentimientos y que es peligroso que un compositor políticamente posicionado la use para manipular a la audiencia hacia su punto de vista. Un argumento falaz, porque la ópera aborda la tragedia de dos sociedades en tal estado de conflicto.
ÓPERAS SOBRE LA ACTUALIDAD “Trump no da para una ópera, necesitas personajes con capacidad de sentir”
HISTORIA DE ESPAÑA
“He leído sobre la guerra civil española; ¡no tenía ni idea de lo roja que era Barcelona!”