La Vanguardia

Elogio del cálculo

- Sergi Pàmies

La actualidad alimenta el hooliganis­mo entre los que llevan los pantalones dignamente puestos y los que los llevan indignamen­te bajados. El último episodio, que sigue la tradición de hacernos creer que la doble erosión de garantías democrátic­as es la única salida, tiene que ver con el voto del Partido Nacionalis­ta Vasco a favor de los presupuest­os. A los vascos se les atribuye una pureza mitológica o, depende del día, un egoísmo satánico. Se trata de un vínculo que pretende situar los intereses de Catalunya y de Euskadi al mismo nivel pero sin pensar en la historia reciente que, en el caso del País Vasco, incluye la violencia y todas sus miserias. Y como tras elogiar con emoción categórica la dignidad vasca y apelar a la fraternida­d (?) del Galeusca el presidente Quim Torra situó la pelota en el tejado del PNV, el voto a favor ha multiplica­do una acusación de pantalones bajados que debió ser detectada por los sismógrafo­s.

La idea es simple: como prometiero­n que no votarían a favor hasta que el artículo 155 no fuera desactivad­o, se subraya la incoherenc­ia del PNV con la voracidad con la que a los medios nos encanta detectar la incoherenc­ia en el ojo ajeno. El pecado de incoherenc­ia ha sido tan instrument­alizado que conviene empezar a dudar de su integridad y, sobre todo en política, preguntarn­os si tenía razón Brigitte Bardot cuando en 1968, en plena kermesse revolucion­aria, dijo: “Sólo los imbéciles no cambian de opinión”. La otra acusación contra el PNV es de actuar por cálculo, como si el cálculo fuera la peste porcina. Da igual que el partido haya argumentad­o su voto en un contexto de equilibrio­s entre males menores y denunciado el peligro de una vulnerabil­idad gubernamen­tal que sería aprovechad­a por fuerzas más irresponsa­bles.

Al PNV se le acusa de cálculo, como si el resto de actores de esta tragicomed­ia no actuara por cálculo. El mensaje implícito es: los vascos actúan por cálculo y son egoístas mientras que nosotros (seamos quien seamos) defendemos la dignidad y otras grandes palabras expropiada­s como monopolio moral. La criminaliz­ación del cálculo alimenta las pulsiones hooligans y combate que la política se sitúe en la tradición de las tensiones de intereses consensuad­os y no, como estamos sufriendo, en la espiral experiment­al de las emociones. Unas emociones que, convenient­emente manipulada­s por las alcantaril­las y los spin doctors mesiánicos, nos acaban empujando hacia desenlaces que más adelante nos harán añorar los tiempos en los que el cálculo no era ningún virus asesino sino un simple instrument­o para hacer política y asumir las consecuenc­ias de cada decisión. Quizás sea un buen momento para preguntarn­os hasta qué punto llevar los pantalones bajados o puestos ha influido de verdad en la calidad de las decisiones colectivas que se han tomado en los últimos años y no una excusa perversa para mantener el espectácul­o de la intransige­ncia y del inmovilism­o.

El pecado de incoherenc­ia ha sido tan instrument­alizado que conviene empezar a dudar de su integridad

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